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El candidato sin sonrisa
Alfredo Meza
En el estudio de Aló, Ciudadano, que tal vez sea el programa político más visto de la televisión venezolana, los productores corren espoleados por la voz grave de su animador, Leopoldo Castillo. No es una tarde cualquiera la de este miércoles de fines de septiembre, porque Castillo, que suele manejar cada emisión con puño de hierro, no quiere dejar nada a los malabarismos del azar. Esa noche, además, Venevisión, el canal de la competencia propiedad del magnate Gustavo Cisneros, tiene a la misma hora como invitado al candidato Hugo Chávez, cuya visita provocó un verdadero caos. El personal de la Casa Militar prohibió la entrada a la sala de prensa y los reporteros tuvieron la tarde libre.
Manuel Rosales, el invitado de esta noche de Leopoldo Castillo, también recibe un trato de jefe de Estado. Mientras espero que autoricen mi entrada al canal, dos hombres corpulentos, que llevan el pelo al cepillo y visten de traje negro, conversan con los guardias de la garita para que no pongan mayores obstáculos a la llegada del candidato presidencial. Uno de ellos toma el radio portátil e informa a la persona que le atiende que no deberá cumplir las presentaciones de rigor en la puerta. La camioneta que transporta a Rosales pasa a mi lado. El hombre que antes hablaba por la radio trota detrás del vehículo hasta el lugar donde baja el candidato.
Rosales entra al estudio, un galpón pequeño con paneles de fórmica pulida como paredes, acompañado por sus asistentes, Fiorella y Ángela. Otros dos fortachones, estos con chamarra negra, custodian la puerta. Castillo y el resto de panel brindan su mejor sonrisa para recibir al invitado. Rosales, educado y cortés como el que más, no parece, sin embargo, especialmente entusiasmado, y su semblante no se modifica ante las manifestaciones de afecto. No es un producto prefabricado, como aquellos candidatos que sonríen automáticamente hasta cuando abren la nevera en la madrugada y la luz baña el rostro soñoliento. A Rosales le cuesta reírse y ya lo veremos dentro de un rato, cuando Castillo, cuyo programa recibe las llamadas del público, permita que los participantes interroguen a la persona que tiene más opciones de disputarle a Chávez la presidencia de Venezuela el próximo 3 de diciembre.
ROSALES canaliza la última esperanza de buena parte de la oposición venezolana, del sector que cree que la vía electoral sigue siendo la única manera de ganarle a Chávez...
Alfredo Meza
En el estudio de Aló, Ciudadano, que tal vez sea el programa político más visto de la televisión venezolana, los productores corren espoleados por la voz grave de su animador, Leopoldo Castillo. No es una tarde cualquiera la de este miércoles de fines de septiembre, porque Castillo, que suele manejar cada emisión con puño de hierro, no quiere dejar nada a los malabarismos del azar. Esa noche, además, Venevisión, el canal de la competencia propiedad del magnate Gustavo Cisneros, tiene a la misma hora como invitado al candidato Hugo Chávez, cuya visita provocó un verdadero caos. El personal de la Casa Militar prohibió la entrada a la sala de prensa y los reporteros tuvieron la tarde libre.
Manuel Rosales, el invitado de esta noche de Leopoldo Castillo, también recibe un trato de jefe de Estado. Mientras espero que autoricen mi entrada al canal, dos hombres corpulentos, que llevan el pelo al cepillo y visten de traje negro, conversan con los guardias de la garita para que no pongan mayores obstáculos a la llegada del candidato presidencial. Uno de ellos toma el radio portátil e informa a la persona que le atiende que no deberá cumplir las presentaciones de rigor en la puerta. La camioneta que transporta a Rosales pasa a mi lado. El hombre que antes hablaba por la radio trota detrás del vehículo hasta el lugar donde baja el candidato.
Rosales entra al estudio, un galpón pequeño con paneles de fórmica pulida como paredes, acompañado por sus asistentes, Fiorella y Ángela. Otros dos fortachones, estos con chamarra negra, custodian la puerta. Castillo y el resto de panel brindan su mejor sonrisa para recibir al invitado. Rosales, educado y cortés como el que más, no parece, sin embargo, especialmente entusiasmado, y su semblante no se modifica ante las manifestaciones de afecto. No es un producto prefabricado, como aquellos candidatos que sonríen automáticamente hasta cuando abren la nevera en la madrugada y la luz baña el rostro soñoliento. A Rosales le cuesta reírse y ya lo veremos dentro de un rato, cuando Castillo, cuyo programa recibe las llamadas del público, permita que los participantes interroguen a la persona que tiene más opciones de disputarle a Chávez la presidencia de Venezuela el próximo 3 de diciembre.
ROSALES canaliza la última esperanza de buena parte de la oposición venezolana, del sector que cree que la vía electoral sigue siendo la única manera de ganarle a Chávez...