14 de septiembre de 2006

Libros: La loca de la casa

Quien se acerque a los artículos que Rosa Montero habitualmente publica en el diario El País celebrará, no tanto el desarrollo de originales puntos de vista, sino la simbiosis entre el periodismo y literatura. Entrevistadora aguda, tal vez Montero decidió escribir columnas y entrevistas desde los 19 años para demostrarle a los cultores de la pirámide invertida que el periodismo es también un género literario.
Nacida en Madrid el 3 de enero de 1951, Rosa Montero contrajo tuberculosis a los 4 años y estuvo postrada en cama hasta los 9. No asistió al colegio en casi un lustro, pero aprovechó su convalecencia para devorar todos los libros posibles. Hoy es una de las autoras españolas más leídas. Después de ganar el Premio Primavera de Novela en 1997, con La hija del caníbal, de la cual se hizo una adaptación cinematográfica protagonizada por Cecilia Roth, su obra literaria alcanzó la cima a la que ya había trepado con su trabajo periodístico.
Hace algunos años leí Te trataré como a una reina y Amantes y enemigos, un volumen de relatos cuya elaboración, según la propia autora, le permitió salir del pantano que impide a los escritores desarrollar nuevas historias. Al margen de la calidad de ambos textos, me sorprendió la correspondencia entre su obra periodística y sus trabajos literarios. En un volumen de entrevistas editado por Aguilar, que todo estudiante de comunicación social debería tener como referencia del género, Rosa Montero describe a sus entrevistados como si fueran personajes de ficción, y convierte a los materiales destinados a vivir la gloria efímera de un día en textos que poseen el atractivo intemporal de los cuentos y las novelas. Hay, en fin, un afán de demostrar que, tan importante como respetar la fidelidad y el contexto de las opiniones del interrogado, es la percepción que de él tiene el entrevistador.
En La loca de la casa, que es el diamante más brillante de su carrera literaria, la escritora española reivindica el efecto analgésico de la imaginación. El lector podrá entender que más que un rapto de inspiración, la escritura es la diaria batalla que se entabla contra el recurrente silencio de la página en blanco. En ese sentido el libro es un testimonio de la creación literaria. Pero quienes se acerquen a sus páginas también presenciarán un duelo de la imaginación a partir de tres relatos sobre una misma historia de amor que la propia Rosa Montero, o el personaje que ella encarna, protagonizó. M. conoció a Rosa en los años finales del franquismo. Era un actor de Hollywood lo suficientemente apuesto como para provocar el aumento de la líbido. Después de tomar y bailar, dirigen sus pasos hacia la alcoba del actor donde hacen el amor. O tal vez no lo hicieron, quién sabe.
Más que el desenlace de esa historia, lo verdaderamente interesante es entender que las recapitulaciones están sometidas a las manipulaciones de la memoria y no pocas veces la imaginación desvirtúa los hechos. La loca de la casa, que es la metáfora con la que Santa Teresa de Jesús bautizó a la imaginación, refuerza la advertencia que Gabriel García Márquez hace al comienzo del primer tomo de Vivir para contarla: "La vida no es lo que uno recuerda, sino cómo lo recuerda".
En un artículo publicado en El Nacional en mayo de 2003, Mario Vargas Llosa se formuló varias preguntas derivadas de los afluentes que siguió la historia de marras: "¿quién era ese anónimo actor de Hollywood con quien Rosa se extravió aquella noche de trementina y largos besos en los laberínticos pasillos de la Torre de Madrid? ¿Hicieron o no el amor como dos anacondas? ¿Y qué demonios pasó después? ¿Se encontraron años más tarde en un festival de cine? ¿Fue cierto que su hermana gemela le arrebató la conquista? ¿Y aquel encuentro crepuscular, de ex combatientes, bajo unas sábanas chilenas, tuvo realmente lugar?" Esas preguntas sólo tienen respuestas parciales. "Todo lo que cuento en este libro sobre otros libros u otras personas es cierto, es decir, responde a una verdad oficialmente documentable. Pero me temo que no puedo asegurar lo mismo sobre aquello que roza mi propia vida. Y es que toda biografía es ficcional y toda ficción autobiográfica, como decía Barthes", afirma la autora en el post scriptum. La loca de la casa evidencia que los escritores son unos mentirosos indómitos. Pero también deja una enseñanza acaso más reconfortante. Nada como la ficción para ponerse a salvo de la rutina.

Riquelme

"El Romántico" - así le dice, con absoluta pertinencia, un narrador argentino- se ha retirado de la selección argentina. Ha largado todo por la causa más noble del mundo: la tranquilidad de su madre. Anoche lo entrevistaron en un late show de Buenos Aires y superó su parquedad genética para hablar largo y tendido: "He tomado la decisión de no formar parte de la selección a partir de ahora y que nada. Fue una decisión..., no me llevó mucho pensarlo... Tengo que pensar en la salud de mi mamá y eso hizo que la decisión fuera bastante fácil. Desde que finalizó el Mundial mi mamá ha terminado internada dos veces. Siempre tuve las cosas bastante claras: antes que el fútbol está mi familia, más mi vieja, que es lo más grande que tengo en la vida y mi responsabilidad es cuidarla y tenerla todo el tiempo que más pueda. No tengo ningún derecho en hacerla sufrir a ella porque yo quiera jugar con la camiseta de mi país".
El Coco Basile, que le había dado la cinta de capitán, entendió sus razones y ya le busca sustituto. No será fácil, porque no hay un tipo con una pierna tan obediente como su derecha. Cuando cobra un tiro libre, o un saque de esquina, los arqueros no saben si salir a cortar el centro o quedarse bajo el larguero. Alguna vez escuché a Rafael Dudamel, el portero de la selección de Venezuela, decir que la pelota pateada por Riquelme parece perder velocidad cuando se acerca, aunque en realidad viene con más impulso.
De acuerdo con las encuestas en línea, los fanáticos creen que Pablo Aimar podrá generar tantas ocasiones de gol como Román. Yo no lo creo. Riquelme es tal vez uno de los últimos representantes de la cofradía de los números 10. El fútbol de hoy desprecia la pausa y admira a los descerebrados que corren sin parar. Lo que preocupa es que los argentinos, que en vez de pronunciar el número 10 luego del 9 dicen "Diego", hayan perdido la paciencia con la madre de su heredero.