9 de octubre de 2006

Libros: Operación Condor. Una década de terrorismo internacional

No sólo al diablo nombró Hugo Chávez en la Asamblea General de la ONU. En su diatriba contra Estados Unidos, el Presidente también recordó a Orlando Letelier y acusó a la CIA de planificar su muerte. “Los culpables son norteamericanos, terroristas de la CIA”, aseguró el primer mandatario al final de su recordada intervención. Chávez, que suele nadar a contracorriente en los foros internacionales, respaldó así lo que poco antes había dicho la presidenta Michelle Bachelet, quien también se refirió a la muerte del ex canciller chileno.
Esa alusión del mandatario no fue reseñada por la prensa venezolana, como sí ocurrió en Chile con las palabras de Bachelet. Pero el pasado domingo el general Manuel Contreras, el hombre fuerte de la DINA, la temida policía política de la dictadura de Augusto Pinochet, recordó lo que había dicho Chávez para arrimar agua a su molino. Las agencias de noticias no desperdiciaron la oportunidad. En una entrevista con el diario El Mercurio, Contreras le pidió al jefe del Estado que declare en el proceso que se le sigue por el asesinato de Letelier, ocurrido el 21 de septiembre de 1976 en Washington.
Contreras, quien cumple una condena de 12 años de cárcel por la desaparición de un militante de izquierda en 1976, cree que Chávez tiene información que demuestra que el atentado fue ejecutado por la CIA, una versión que Contreras ha repetido para salvar su responsabilidad. Pero un libro se encarga de desechar esa hipótesis. Operación Condor. Una década de periodismo internacional en el cono sur, del periodista John Dinges, responsabiliza al agente Michael Townley y a la policía secreta chilena de colocar la bomba debajo del vehículo del político chileno.
Establecer esa verdad histórica, como aseguró la hermana de Letelier, Fabiola, no es sólo consecuencia de la voluntad de los tribunales o de un periodista obsesionado. Washington también ha contribuido a iluminar las zonas oscuras de los regímenes dictatoriales del Cono Sur. Durante el gobierno de Bill Clinton se desclasificaron más de 28.000 documentos sobre Chile y Argentina.
Con todo ese material, el archivo de la policía secreta paraguaya, la correspondencia secreta entre la DINA y su operador encubierto en Buenos Aires, y los memorandos de los organismos estadounidenses, Dinges establece dos conclusiones. Estados Unidos estaba al tanto de las atrocidades cometidas por Pinochet y Videla, pero es un error suponer que el Departamento de Estado alentaba a las dictaduras a violar los derechos humanos.
“Aquellos que creen, por ideología o cinismo, que no hubo esfuerzos sinceros de diplomáticos norteamericanos para alentar el respeto por los derechos humanos durante esa época en la que reinó el terror, desafían los numerosos y evidentes registros que hoy tenemos a nuestra disposición. Una condena tan simple extravía el sentido profundo de la historia (...) Si hay una conclusión clara de la actitud estadounidense durante los años de la Operación Condor es ésta: los dictadores no captan los dobles mensajes morales sobre derechos humanos con la sutileza que espera el emisor, sin importar qué tan cuidadosamente se haya armado el mensaje. Éste se interpretará como un confuso pero unidimensional respaldo a las tácticas brutales que han comenzado a implementar nuestros poco sutiles aliados”.
Pero, ¿cómo se preparó el asesinato de Orlando Letelier? Michael Townley recibió la orden de matarlo a finales de junio de 1976. El ex canciller chileno no era cualquier personaje. Durante la década de los sesenta había trabajado como economista en el Banco Interamericano de Desarrollo, y en 1970, cuando Salvador Allende asumió el poder, regresó a Santiago. En 1971 fue nombrado embajador en Washington. Poco antes del golpe designado canciller y posteriormente ministro de la Defensa. Letelier ocupaba este último cargo el 11 de septiembre de 1973.
Detenido y torturado como otros integrantes del gobierno de la Unidad Popular, Letelier fue confinado en un campo de prisioneros en la isla de Rawson, en el estrecho de Magallanes, al sur de Chile. Muchos presos políticos nunca volvieron a ver a sus familias, pero Letelier tuvo la suerte de salir de prisión un año después gracias a las gestiones de la comunidad internacional.
Instalado en Washington, se convirtió en el líder principal en el exilio. Mientras trabajaba por restablecer la democracia en su país, aprovechaba sus contactos con los congresantes liberales para gestionar un recorte de la ayuda militar a Chile. Cada una de esas gestiones preocupaba a Pinochet, de tal forma que consintió la operación que culminó con la muerte de Letelier. Así lo afirma John Dinges en su investigación. “Cuatro de los protagonistas –Townley, Manuel Contreras, Pedro Espinoza y el capitán Armando Fernández Larios– han dicho directa o indirectamente que Pinochet en persona autorizó el asesinato. Contreras, durante una declaración ante un tribunal de Chile, después de ser condenado, despejó cualquier duda al respecto de que obedecía instrucciones: ‘Siempre cumplí (...) conforme a las órdenes que el señor Presidente de la República me daba. Solamente él como autoridad superior de la DINA podía disponer y ordenar las misiones, y siempre, en mi calidad de delegado del Presidente, cumplí estrictamente lo que se me ordenó (...) Por eso digo que yo no me mandaba solo”.
¿Pero por qué el presidente Hugo Chávez insiste que los culpables están libres? Los documentos desclasificados disponibles indican que Washington intentó detener la operación. Después de recibir la orden, Townley partió a Buenos Aires, ciudad en la que ya se encontraba Armando Fernández Larios, quien también colaboraría en el plan. “Se conectaron con la SIDE, el servicio de inteligencia socio de la DINA en Argentina, para arreglar documentación falsa para el viaje. Pero la SIDE, inmersa en la masiva tarea de supervisar el secuestro y la desaparición de más de 300 personas cada mes, se vio obligada a declinar la petición de su contraparte”, escribe Dinges.
Fernández Larios y Townley viajaron entonces a Asunción, Paraguay, donde sí recibieron la ayuda que los argentinos habían negado. Un funcionario, Benito Guanes, dispuso que se le entregaran pasaportes falsos a nombre de Juan Williams y Alejandro Romeral. Otros policías de ese país, que también había firmado el pacto fundacional de la Operación Condor – el plan de intercambio de información sobre actividades subversivas entre los países del Cono Sur–, presentaron los documentos ante la embajada de Estados Unidos en ese país para solicitar una visa de turista.
Ese detalle es el que permite que 30 años después se sepa quiénes fueron los responsables de la muerte. Según Dinges, un funcionario paraguayo, “ansioso por congraciarse, informó al entonces embajador George Landau que los pasaportes eran falsos y que los dos hombres eran agentes chilenos que cumplirían una misión secreta en Washington”. El mensaje que Landau envió a Washington inició la cadena de comunicaciones que permitieron resolver el crimen y descartar, por ahora, la participación directa de la CIA
Pero todavía queda una rendija abierta que alienta la especulación. La CIA pudo haber evitado el atentado porque contaba con suficiente información que permitía concluir que Chile había mandado a asesinar a Letelier. ¿Por qué no lo hizo entonces? Al leer el libro de Dinges se entiende que, como ocurrió el 11 de septiembre de 2001, muy pocos fueron capaces de hacer una sencilla suma con las evidencias disponibles. Los funcionarios del Departamento de Estado sabían que las dictaduras sureñas intercambiaban datos sobre las actividades de la izquierda, pero no creían que ese plan apenas era el comienzo de un horror más grande.
A pesar de todo, Henry Kissinger, entonces secretario de Estado, envió un cablegrama a los diplomáticos asentados en el sur para que tomaran “medidas inmediatas”. “Ustedes están al tanto de una serie de informes (de la CIA) sobre la operación Condor (...) Sin embargo, los asesinatos planeados y dirigidos por los gobiernos dentro y fuera del territorio de los miembros del Condor tienen consecuencias extremadamente graves que tenemos que enfrentar con rapidez y sin rodeos (...) Si bien no podemos aseverar los rumores de asesinato, nos sentimos impelidos a llamar su atención sobre nuestra profunda preocupación. En caso de que estos rumores llegaran a ser ciertos, crearían un problema sumamente grave de índole moral y política”. Todavía faltaba un mes para que el carro que manejaba Letelier, que estaba acompañado por su asistente, Ron Moffit, volara en la primavera estadounidense.