Los nombres que ciertos padres colocan a sus hijos dan pena ajena. En Maracaibo, al occidente de Venezuela, he escuchado los nombres más inverosímiles: Usnavy (US por Estados Unidos, Navy por armada), Yedoska (Un velado homenaje a Y2K, el término con el que fue bautizado el supuesto fallo de las computadoras la primera madrugada del siglo 21). Un amigo me contó que conoció a una niña llamada Yotana en la Gran Sabana. Cuando le preguntó a la madre si el nombre tenía alguna referencia a sus antepasados indígenas -la niña era morena y medio aindiada-, la madre, risueña, le contestó: "No, chico. Yo quería tener un hijo y llamarlo OTAN, por las siglas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Pero como fue una niña le puse Yotana".
El domingo leí una entrevista que El Universal le hizo a Juan Arango en Palma de Mallorca. Era una nota que repasaba la cotidianidad del delantero venezolano del Mallorca. En una de las imágenes aparece Arango sentado en lo que me parece es el recibo de su casa al lado de un niño. La leyenda dice textualmente: "Ivanistelroy, el sobrino de Arango, sube y baja del sofá. Su tío ni se inmuta. Acaba de regresar de la cena con sus compañeros". ¿Ivanistelroy? Qué vaina es esa, pensé, casí cayéndome de la cama. La respuesta estaba a dos párrafos de distancia. "Willians Tortolero, cuñado de Arango, es su persona de confianza. Y su amigo. Juan, Laurys y sus dos hijos; Willians, Milady y el niño de ambos, Ivanistelroy (por el amor al ex delantero del Manchester United, Ruud Van Nistelroy bautizó al chamito) comparten casa y vida". Cierta gente tiene vocación de asesino moral. Pero a Juan Arango le podemos perdonar todo. Incluso que sea corresponsable de las burlas que seguramente recibirá su sobrino. Después de todo lo único que nos importa es que cuide esa zurda y marque muchos goles con la Vinotinto.