-Se llama Yotana
-¿Y esa vaina? -preguntó José, intrigado- ¿Tiene algo que ver con algún antepasado indígena?.
-Nada que ver. Siempre pensé que si tenía un varón le pondría Otan, por la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Pero como me nació una hembrita decidí ponerle Yotana. Es la misma cosa pero para la mujer.
Las veces que he contado esa anécdota -se la debo a mi amigo José Urriola- nadie quiere creérmela. Se ríen cinco minutos a mandíbula batiente, pero una vez que se calman me dan una palmadita por la espalda y me dicen mentiroso. En una ocasión recordé a Yotana en una cena en casa de una amiga argentina en Buenos Aires. Sus incrédulos viejos tampoco paraban de reir. La cena no me alcanzó para referirme a los nombres con que bautizan a los maracuchos.
Juro que eso es cierto, a menos que mi amigo José, que tiene una imaginación prodigiosa, la haya inventado en una noche de insomnio. Por fortuna una novia de la época lo refrendaba con una seriedad de tesis doctoral. Desde entonces, los nombres extraños de los niños venezolanos son parte de una secreta obsesión. Libreta en mano, ando a la caza de las evidencias como los detectives de las novelas de Hammet.
Ahora que el gobierno pretende limitar la creatividad de los padres a la hora de bautizar a sus hijos he vuelto a revisar la vieja libreta. Ahi tengo apuntado el nombre de Maikel Jordan Chacón. Era el hijo del motorizado que trabajaba en un canal donde alguna vez presté mis servicios. Y también tengo el de Diego Armando Maradona Aguero, el de Paolo Rossi Aguero y el de Ivanistelroy (un horrible homenaje que el cuñado de Juan Arango le hizo al goleador holandés del Real Madrid). ¡Ah, y cómo olvidar a Epaminondas!. Al principio pensaba que era el nombre científico de un reptil descubierto en la selva húmeda del sur de Venezuela. Hace dos días se lo pregunté a un diseñador amigo, que solía reirse conmigo cada vez que apelaba a mi libreta a la hora del almuerzo. Me dijo que Epaminondas Pérez era un tipo que él había conocido en Maracaibo hace muchos años. "Yo no podía parar de reir mientras le estrechaba la mano", recordó.
No me da verguenza confesarlo: el proyecto de ley de registro civil -que pretende regular los nombres extravagantes, cuya pronunciación en español sea imposible, o que expongan al ridículo a los niños- es la iniciativa más sensata que ha tenido el gobierno de Hugo Chávez. Por una vez en la vida aplaudo al proceso bolivariano. Me parece una exageración limitar el registro a una lista de sólo 100 nombres, pero por algo hay que empezar. Ya está bueno de que los Joineker, Yesaidu, Usnavy, Espaiderman o Anli (ojo, no confundir con el genial director de cine chino, porque en realidad es la mezcla de los nombres de Andres, su papá, y Lidis, su mamá) tengan que soportar toda una vida de joda.