1 de junio de 2007

La doctrina RCTV

Mientras escribo estas líneas, los estudiantes universitarios pretenden caminar hacia el centro de Caracas. Están en todo su derecho, aunque saben que pueden morir en el intento. Cada tanto vienen a mí ráfagas de imágenes de lo que viví el 11 de abril de 2002. Mi trabajo queda muy cerca de la avenida Baralt -el escenario de las más violentas refriegas de aquella tarde asoleada- y se escuchan con facilidad balazos, cornetazos y mentadas de madre. Hace cinco años también vi los cuerpos malheridos a mi lado. Recuerdo el de un señor que al día siguiente salió en las tapas de todos los diarios recubierto con una bandera de Venezuela. El hombre había quedado boca arriba. Los hilos de sangre cruzaban por las costillas y desembocaban en un pequeño pozo color carmesí que se formó a su lado.
Nunca desde esos días presentí la cercanía de la muerte. Son horas de mucha locura y otra vez Hugo Chávez es el principal responsable; pero a diferencia de lo que ocurrió durante el paro petrolero, e incluso durante el golpe de Estado hace cinco años, Chávez ha manejado de forma torpe su pleito con Marcel Granier, tanto que el presidente de las empresas 1BC ha quedado como el adalid de la libertad de expresión. ¿Sabrá el lector que Marcel, como los demás dueños y directivos de empresas periodísticas, sólo practica la libertad de expresión cuando no coincide con sus intereses?
Chávez tiene entre sus fauces el afrancesado bigote de Granier y muchos equivocados lo celebran. Ninguno de los chavistas quiere ver que el gobierno está usando la hoja de parra del adecentamiento de la televisión venezolana para encubrir una decisión política y arbitraria. Yo hace muchos años que dejé de ver ese canal porque su programación me parecía una afrenta a la imaginación y la inteligencia. Era evidente que en la pantalla quedaba de manifiesto el desprecio que sus directivos sentían -sienten- por el público que les dispensó su atención durante 53 años. Productos producidos con el mínimo esfuerzo y el lenguaje más burdo posible. Pero no puede venir el Gobierno a decir que no le renueva la concesión porque quiere adecentar la pantalla. Noche a noche el canal del Estado demuestra que La Hojilla también puede ser tan balurda como la novela de las nueve.
Marcel Granier está endiosado y lo está aprovechando. Anoche vi a Oscar Schemel, de Hinterlaces, diciendo que el directivo tiene una imagen favorable en una encuesta telefónica efectuada recientemente. A más de la mitad de los consultados les cae en gracia y poco más del 20% lo rechaza. Esa imagen ha subido después de la puesta en escena del domingo y los días subsiguientes. Las muy sinceras lágrimas de los desempleados han sumado puntos para la causa de Marcel. Y ya van a ver por qué.
El otro día conversé con una vieja amiga de Televen. Habíamos participado en un programa de televisión sobre la libertad de expresión. A la salida me contó que a un grupo de reporteros de la planta les prohibieron la entrada al Canal 2 el domingo del holocausto. "¿Y por qué les impidieron el paso?", pregunté. "Porque nosotros no nos comportamos patria o muerte con ellos, que querían hacer ver que, salvo por Globovisión, estaban sólos en esta lucha".
Yo podría hacer otras especulaciones: RCTV, herido por la cínica actitud de Gustavo Cisneros, pretende colocar al país antichavista -que no es poco- en contra de Venevisión y evitar que Televen ocupe el espacio publicitario que 1BC deja en el espacio radioeléctrico. Tengo, sí, la certeza de que Radio Caracas Televisión pretende cabalgar sobre nuestro legítimo descontento para aplicar la doctrina Bush hijo: estás conmigo o contra mi. Ni Chávez ni RCTV tienen el derecho de aplicar el apartheid a quien no piensa como ellos. Viajamos sin escalas hacia un conflicto mucho más grave del que intuímos, aunque el discurso indique lo contrario. "Quieta es el agua de la desgracia", reza la primera línea de un inolvidable poema del argentino Guillermo Saavedra. Detrás de los mansos riachuelos duerme la furia de la corriente.