Mientras escribo estas líneas, los estudiantes universitarios pretenden caminar hacia el centro de Caracas. Están en todo su derecho, aunque saben que pueden morir en el intento. Cada tanto vienen a mí ráfagas de imágenes de lo que viví el 11 de abril de 2002. Mi trabajo queda muy cerca de la avenida Baralt -el escenario de las más violentas refriegas de aquella tarde asoleada- y se escuchan con facilidad balazos, cornetazos y mentadas de madre. Hace cinco años también vi los cuerpos malheridos a mi lado. Recuerdo el de un señor que al día siguiente salió en las tapas de todos los diarios recubierto con una bandera de Venezuela. El hombre había quedado boca arriba. Los hilos de sangre cruzaban por las costillas y desembocaban en un pequeño pozo color carmesí que se formó a su lado.
Nunca desde esos días presentí la cercanía de la muerte. Son horas de mucha locura y otra vez Hugo Chávez es el principal responsable; pero a diferencia de lo que ocurrió durante el paro petrolero, e incluso durante el golpe de Estado hace cinco años, Chávez ha manejado de forma torpe su pleito con Marcel Granier, tanto que el presidente de las empresas 1BC ha quedado como el adalid de la libertad de expresión. ¿Sabrá el lector que Marcel, como los demás dueños y directivos de empresas periodísticas, sólo practica la libertad de expresión cuando no coincide con sus intereses?
Chávez tiene entre sus fauces el afrancesado bigote de Granier y muchos equivocados lo celebran. Ninguno de los chavistas quiere ver que el gobierno está usando la hoja de parra del adecentamiento de la televisión venezolana para encubrir una decisión política y arbitraria. Yo hace muchos años que dejé de ver ese canal porque su programación me parecía una afrenta a la imaginación y la inteligencia. Era evidente que en la pantalla quedaba de manifiesto el desprecio que sus directivos sentían -sienten- por el público que les dispensó su atención durante 53 años. Productos producidos con el mínimo esfuerzo y el lenguaje más burdo posible. Pero no puede venir el Gobierno a decir que no le renueva la concesión porque quiere adecentar la pantalla. Noche a noche el canal del Estado demuestra que La Hojilla también puede ser tan balurda como la novela de las nueve.
Marcel Granier está endiosado y lo está aprovechando. Anoche vi a Oscar Schemel, de Hinterlaces, diciendo que el directivo tiene una imagen favorable en una encuesta telefónica efectuada recientemente. A más de la mitad de los consultados les cae en gracia y poco más del 20% lo rechaza. Esa imagen ha subido después de la puesta en escena del domingo y los días subsiguientes. Las muy sinceras lágrimas de los desempleados han sumado puntos para la causa de Marcel. Y ya van a ver por qué.
El otro día conversé con una vieja amiga de Televen. Habíamos participado en un programa de televisión sobre la libertad de expresión. A la salida me contó que a un grupo de reporteros de la planta les prohibieron la entrada al Canal 2 el domingo del holocausto. "¿Y por qué les impidieron el paso?", pregunté. "Porque nosotros no nos comportamos patria o muerte con ellos, que querían hacer ver que, salvo por Globovisión, estaban sólos en esta lucha".
Yo podría hacer otras especulaciones: RCTV, herido por la cínica actitud de Gustavo Cisneros, pretende colocar al país antichavista -que no es poco- en contra de Venevisión y evitar que Televen ocupe el espacio publicitario que 1BC deja en el espacio radioeléctrico. Tengo, sí, la certeza de que Radio Caracas Televisión pretende cabalgar sobre nuestro legítimo descontento para aplicar la doctrina Bush hijo: estás conmigo o contra mi. Ni Chávez ni RCTV tienen el derecho de aplicar el apartheid a quien no piensa como ellos. Viajamos sin escalas hacia un conflicto mucho más grave del que intuímos, aunque el discurso indique lo contrario. "Quieta es el agua de la desgracia", reza la primera línea de un inolvidable poema del argentino Guillermo Saavedra. Detrás de los mansos riachuelos duerme la furia de la corriente.
1 comentario:
A mí la verdad que no me importa si Marcel Granier está endiosado o no. Tampoco me importa si quiere poner al país en contra de Venevisión o Televen, creo que estos dos canales se han ganado a pulso el desprecio de quienes estamos en contra de la medida, por portarse indiferentes ante una realidad que, de manera absurda, creen pueda ser de algún provecho para ellos y su negocio (como si no supieran que ya aquí no hay negocio seguro para nadie que no sea del gobierno). Tampoco me importa si la programación de RCTV era balurda. Sí que creo que lo era, pero quien no haya crecido viendo RCTV, es porque ya debe haber muerto, porque el canal estuvo 53 años al aire. A mí lo único que me importa es que se cerró un medio de comunicación. Que se negó la libertad de expresión al único canal que, junto con Globovisión, siguió denunciando a viva voz lo que ocurría en el país. Y que ese cierre es una señal clara de lo que viene aquí.
Es una estación del viaje hacia el conflicto mucho más grave del que hablas. Y es en ese conflicto en el que debemos concentrar nuestra atención. No en Marcel Granier, no en los directivos de 1BC, no en el apoyo brindado o no por los demás actores y periodistas de los otros canales (que, convengamos, pudo haber sido mayor desde sus propias señales en los días anteriores al cierre y no desde la sede de RCTV el domingo 28 de mayo), no en la fachada de adecentamiento, eufemismo barato de la medida más represiva que ha llevado a cabo hasta ahora el gobierno. En esta situación no debemos desviar la atención hacia los protagonistas indirectos del problema. No debemos desperdiciar nuestro tiempo evaluando la popularidad o la ética de Marcel Granier, porque eso no es lo que está en discusión aquí y porque es de menor importancia ante un hecho de la magnitud del cierre de un canal. Y no lo digo yo. Hasta el Parlamento Europeo se pronunció en contra de esta medida claramente dictatorial.
Esto es sólo la punta del iceberg. Y eso es lo que hay que evaluar aquí.
Muchos besos,
Rocío
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