El País de Madrid publicó una nota de color que debe ser un material de consulta obligado para los estudiantes de periodismo. Un Elvis Presley arrebatado se presentó una noche a la entrada de la Casa Blanca para solicitar una entrevista con el entonces presidente Richard Nixon. Aunque al principio lo marearon, horas después el mandatario aceptó, acaso porque su imagen se tambaleaba. Como ahora en Irak, Washington se negaba a reconocer su fracaso en Vietnam. Era un golpe de efecto para aplacar la ira de las madres de los veteranos y de los chicos que comenzaban a cuestionar los afanes imperialistas de su país.
¿Qué era lo que quería Elvis en esa rocambolesca reunión? ¿Apoyo para una serie de conciertos? ¿Una aparición como artista invitado en los coros de una de sus canciones? Nada de eso. El Rey sólo quería que le dieran una chapa de agente del FBI y regalarle al mandatario una pistola. Nixon lo complació. Después se burlan de los países bananeros como Venezuela, que suelen entregar carnet de la Disip al primer bigotón con camioneta que se las pide.
"Dénme una placa de agente federal"
Javier del Pino
Washington
Preocupado por una sociedad en declive, una juventud torcida por las drogas y un país amenazado por el comunismo y por la tensión racial que generaban los negros al demandar igualdad de derechos, Elvis Presley entregó al presidente Richard Nixon un regalo que simbolizaba a la perfección su espíritu pacificador y sus deseos de trabajar en aras de la reconciliación social: una pistola. El Colt 45, las siete balas de plata que tenía en el cargador y, sobre todo, los informes internos de la Casa Blanca en el que es posiblemente el día más pintoresco de su historia forman parte de una exposición sobre el encuentro presidencial más improbable, incómodo y esperpéntico que tuvo Nixon durante su mandato: su reunión secreta con el Rey del Rock.
Richard Nixon y Elvis Presley compartían obsesiones políticas del mismo signo y estaban sumidos, por razones bien distintas, en un declive personal que debía ser turbador para temperamentos tan egocéntricos como los suyos. Nixon se enfrentaba en Vietnam a la posibilidad de ser, según su expresión, "el primer presidente de Estados Unidos que pierde una guerra", y Elvis trataba de entender todavía por qué su notoriedad había sido arrasada por cuatro ingleses mal vestidos y su dichosa beatlemanía.
Había, sin embargo, una gran diferencia entre ellos: Nixon era el más habilidoso de los maquinadores, un animal político depredador e inmisericorde; Elvis, en cambio, carecía de los sentidos del tacto y la mesura, confiaba en cualquier individuo y se movía en la dirección que le marcaban sus propios impulsos. Era, en definitiva, simple y caprichoso.
Un día se encaprichó con tener en su solapa una chapa de agente federal de lucha antidroga. Aquel 21 de diciembre de 1970, Elvis se plantó en Washington.
A las 9.30, los agentes del Servicio Secreto asignados a la puerta principal de la Casa Blanca vieron que se aproximaba a la verja un grupo de individuos con aspecto voluminoso. Con su corpulencia escondían a un sujeto cuya identidad era inmediatamente reconocible. Elvis quería ver al presidente de Estados Unidos. En un derroche de formalidad, Elvis entregó a los agentes una carta personal dirigida a Richard Nixon. Los agentes llamaron a la oficina del presidente para preguntar cuál era el procedimiento adecuado cuando el artista más famoso del país pedía que le abrieran la puerta.
"Que ha llegado el Rey", le dijeron por teléfono a Bud Krogh, consejero presidencial y asesor de Nixon. Krogh miró la agenda del día y dijo: "Pero si hoy no esperamos a ningún monarca...". "No, no. El Rey del Rock. Está aquí en la puerta", le aclararon.
Krogh decidió reunirse con Elvis primero porque era su obligación y segundo porque era un fan incondicional de su música. Elvis le entregó la carta para Nixon. Krogh le dijo que aquella visita les pillaba de sopetón y que, por favor, tuviera a bien regresar al hotel. Que ya le llamarían a lo largo del día. Y Elvis se marchó.
Esa carta y los informes cruzados a lo largo de las dos horas siguientes forman parte del último paquete de documentos desclasificados sobre lo que ocurrió en el edificio presidencial aquella mañana frenética y absurda.
La carta de Elvis es un ejercicio de expresión política que se mueve entre lo infantil, lo simple y lo bochornoso. Redactada con la mejor de las intenciones y la peor de las formas, las cinco páginas estaban escritas a mano con renglones torcidos y tachaduras en papel con membrete de American Airlines. En la nota, que tenía la solemnidad de una tesis doctoral y el aspecto y la gramática de una chapuza de parvulario, Elvis Presley expone su admiración por Nixon y su preocupación por el creciente uso de las drogas entre los jóvenes, por el avance de la cultura hippy, la ideología izquierdista de los estudiantes demócratas, el comunismo y los movimientos de defensa de los derechos para los negros. Desde su posición y con su influencia entre los jóvenes "puedo ayudar a este país al que amo", le dice a Nixon, pero para eso necesita su ansiada chapa de agente federal. Le da el teléfono de su hotel y le dice que, si finalmente se reúnen, tiene un regalo para él.
En las dos horas siguientes, los asesores de Nixon encontraron en la oferta un atractivo político indiscutible para un presidente odiado especialmente entre los jóvenes. A pesar de que algún consejero escribió en los informes "Esto tiene que ser una broma", a las 12.30 Elvis Presley entró en el Despacho Oval.
Allí estaba Nixon, con su traje gris oscuro. Y allí entró Elvis, con pantalones ajustados de terciopelo morado, camisa blanca de seda con cuello de pico inmenso por encima de un chaleco corto que dejaba ver el cinturón con su gigantesca hebilla dorada. Y una capa. Las gafas eran de cristal tintado, con una montura de plata tan gruesa que cabían las letras "EP" escritas con brillantes.
Atusadas las patillas y listo en su traje de faena, dicen que Elvis se quedó helado cuando piso el despacho oval, como si hubiera entrado en un lugar mitológico. Los informes que conservan los Archivos Nacionales dicen que el artista habló de la mala influencia de los Beatles, que habían ganado tanto dinero en Estados Unidos para luego volverse a Inglaterra y criticar este país. Habló de cómo él podía influir en los jóvenes en contra de las drogas pero para eso, le dijo, necesitaba la chapa de Agente Federal. Nixon aceptó -no le quedaba más remedio- y le dieron una chapa improvisada dos horas después. Un fotógrafo oficial inmortalizó el encuentro y retrató a la perfección la incomodidad de Nixon y la extravagancia de Elvis. A petición del artista, la reunión se mantuvo en secreto hasta que el Washington Post destapó el encuentro un año después.
Cuenta la leyenda que Elvis estaba "colocado" por su adicción a las pastillas durante aquella reunión en la que arremetió contra las drogas. El Colt 45 se lo entregó a un asistente porque las armas están prohibidas en el Despacho Oval. Los trajes, los documentos, las cartas y la pistola forman parte de la exposición abierta hace unos días en la Biblioteca Presidencial Richard Nixon en California. Entró con pantalones ajustados de terciopelo morado y el cinturón con su hebilla dorada. Le entregó un regalo que expresaba su espíritu pacificador: una pistola