Algo faltó en la misa que organizó Acción Democrática para recordar al ex presidente Carlos Andrés Pérez, fallecido a los 88 años, en Miami, el día de Navidad. No eran los familiares. Allí estaban, en el primer banco de la nave central de la iglesia La Chiquinquirá de La Florida, su esposa ante la ley, Blanca Rodríguez de Pérez, y sus hijas Marta y Carolina. No eran tampoco los políticos adecos y copeyanos que alguna vez fueron poderosos. A los lados y también en las primeras filas destacaban Oswaldo Álvarez Paz, Paulina Gamus, Hilarión Cardozo y Evangelina García Prince. Era esa una postal del país de la concordia, ese que hoy parece sepultado en las tinieblas.
Tampoco se ausentaron los colaboradores cercanos del ex mandatario. Un hombre alto y barba entrecana, vestido con guayabera, llamado Coromoto Rodríguez, repasaba toda su carrera como integrante de la seguridad presidencial. Había en sus palabras entrecortadas el tono agradecido de quien ha pasado toda una vida a la vera de una figura tan avasallante. Con su pajarita de pepitas coloreadas también estaba su médico de cabecera, Nelson Téllez, quien recordaba la célebre vitalidad de Pérez en sus campañas presidenciales, y cómo en 1988, antes de asumir su segunda presidencia, le había diagnosticado a su prominente paciente un problema coronario.
Todos ellos escuchaban compungidos el sermón de monseñor Francisco Javier Monterrey, quien pedía a Dios el perdón de los pecados que haya cometido Carlos Andrés Pérez “por su fragilidad humana”. No era el momento, decía el sacerdote, de proponer un juicio sobre el desempeño del dos veces presidente de Venezuela, porque sólo a Dios le correspondía esa tarea. El cura pasaba por alto el hecho cierto de que a Pérez ya lo han juzgado los hombres.
A falta de las figuras de la actual oposición -muchas de ellas viajaron a Miami para darle el pésame a la compañera de siempre de Pérez, Cecilia Matos, y a sus dos hijas –la misa, que empezó a las 10:00 am y terminó poco antes de las 11:00am- fue el tablado sobre el que se escenificaron las postales más clásicas del sentimiento adeco. Era la reunión de los compañeritos de la base.
Mientras los familiares abandonaban la Iglesia entre los saludos de los asistentes, María Nieves, enfermera jubilada del hospital Domingo Luciani, de 78 años, recorría los asientos vacíos con un vaso de plástico de la campaña presidencial de 1988, insólitamente preservado sobre una caja de cartón gris y dentro de un envase de plástico. La celebérrima calva de Pérez, el cabello negrísimo y una amplia sonrisa recordaban el magnetismo del entonces candidato y las promesas de reeditar las vacas gordas de su primer gobierno.
María Nieves trataba de convencer a dos compañeras para que marcharan el próximo 23 de enero. Sería, aseguraba, una caminata épica que evocaría los tiempos idos del partido blanco. Buscaba ese ánimo tan de bulto en las romerías blancas y que ayer, tal vez por la tristeza o la ausencia de los despojos del líder, escaseaba entre las figuras históricas del bipartidismo. “Yo empecé a cantar el himno, pero nadie me siguió”, le decía una dama a otra a las afueras de la iglesia. “¿Lo intentamos otra vez?”, preguntó una tercera que se sumó a la conversación.
Las tres comenzaron a cantar muy quedo la primera frase del emblemático himno. “Adelante a luchar milicianos...”. Nadie más se sumó al coro. Apenas la compañera Noemí Marcano se acercó al grupo. Llevaba sobre su blusa negra un carnet del Comité Nacional de Trabajadores con CAP firmado por Juan José Delpino y Antonio Ríos. Sus ojos parecían dos bolsas de agua a punto de romperse.
Tampoco se ausentaron los colaboradores cercanos del ex mandatario. Un hombre alto y barba entrecana, vestido con guayabera, llamado Coromoto Rodríguez, repasaba toda su carrera como integrante de la seguridad presidencial. Había en sus palabras entrecortadas el tono agradecido de quien ha pasado toda una vida a la vera de una figura tan avasallante. Con su pajarita de pepitas coloreadas también estaba su médico de cabecera, Nelson Téllez, quien recordaba la célebre vitalidad de Pérez en sus campañas presidenciales, y cómo en 1988, antes de asumir su segunda presidencia, le había diagnosticado a su prominente paciente un problema coronario.
Todos ellos escuchaban compungidos el sermón de monseñor Francisco Javier Monterrey, quien pedía a Dios el perdón de los pecados que haya cometido Carlos Andrés Pérez “por su fragilidad humana”. No era el momento, decía el sacerdote, de proponer un juicio sobre el desempeño del dos veces presidente de Venezuela, porque sólo a Dios le correspondía esa tarea. El cura pasaba por alto el hecho cierto de que a Pérez ya lo han juzgado los hombres.
A falta de las figuras de la actual oposición -muchas de ellas viajaron a Miami para darle el pésame a la compañera de siempre de Pérez, Cecilia Matos, y a sus dos hijas –la misa, que empezó a las 10:00 am y terminó poco antes de las 11:00am- fue el tablado sobre el que se escenificaron las postales más clásicas del sentimiento adeco. Era la reunión de los compañeritos de la base.
Mientras los familiares abandonaban la Iglesia entre los saludos de los asistentes, María Nieves, enfermera jubilada del hospital Domingo Luciani, de 78 años, recorría los asientos vacíos con un vaso de plástico de la campaña presidencial de 1988, insólitamente preservado sobre una caja de cartón gris y dentro de un envase de plástico. La celebérrima calva de Pérez, el cabello negrísimo y una amplia sonrisa recordaban el magnetismo del entonces candidato y las promesas de reeditar las vacas gordas de su primer gobierno.
María Nieves trataba de convencer a dos compañeras para que marcharan el próximo 23 de enero. Sería, aseguraba, una caminata épica que evocaría los tiempos idos del partido blanco. Buscaba ese ánimo tan de bulto en las romerías blancas y que ayer, tal vez por la tristeza o la ausencia de los despojos del líder, escaseaba entre las figuras históricas del bipartidismo. “Yo empecé a cantar el himno, pero nadie me siguió”, le decía una dama a otra a las afueras de la iglesia. “¿Lo intentamos otra vez?”, preguntó una tercera que se sumó a la conversación.
Las tres comenzaron a cantar muy quedo la primera frase del emblemático himno. “Adelante a luchar milicianos...”. Nadie más se sumó al coro. Apenas la compañera Noemí Marcano se acercó al grupo. Llevaba sobre su blusa negra un carnet del Comité Nacional de Trabajadores con CAP firmado por Juan José Delpino y Antonio Ríos. Sus ojos parecían dos bolsas de agua a punto de romperse.