12 de octubre de 2013

Adiós, Farías, Adiós





Venezuela llegó a su último partido de las eliminatorias a Brasil 2014 con una vela prendida a los santos y con todo en contra. Debía golear a Paraguay por dos o más goles y dejar la valla en cero. Por más que la albirroja sea el mustio recuerdo del equipo que disputó los cuartos de final en el Mundial de Sudáfrica, aún es el maestro que dicta cátedra de cómo defenderse y salir al contragolpe. No sólo eso. Ecuador también debía golear a Uruguay en Quito. Sólo entonces la Vinotinto podía aspirar a que Argentina en la última jornada también goleara a los charrúas para que la diferencia de goles le permitiera disputar la repesca ante Jordania. Pasó lo que tenía que pasar. La ansiedad jugó en contra y el equipo no pudo ejecutar a la perfección el plan de anotar temprano y manejar la pelota. El cotejo terminó en un empate a un gol que cancela en definitiva la matemática oportunidad que tenía el seleccionado local.

Es un hecho: Venezuela es un equipo con un talento limitado cuando las lesiones llegan en tropel. Quitarle tres piezas clave –Tomás Rincón, Salomón Rondón y César González- convierte a la Vinotinto en un equipo voluntarista y que traslada en demasía la pelota. Lo hizo una y otra vez Alexánder González cumpliendo quizá con la estrategia del técnico Farías de plantear duelos individuales para sacar provecho de su rapidez y juventud. Pero la última línea de Paraguay, comandado por ese viejo zorro llamado Paulo Da Silva, siempre supo ubicarse para contrarrestar con maña el desparpajo del joven lateral derecho venezolano. También lo intentó Yohandry Orozco, otro de los jugones locales, con mucho más tino, eso sí, para soltar la pelota a tiempo y probar desde fuera del área.  
No hubo manera de compensar con una victoria la entrega de los jugadores. Quizá hubiese sido el justo premio para homenajear al mejor jugador venezolano de todos los tiempos, Juan Arango, que ha disputado su última eliminatoria. Con 33 años Arango es el jugador que nunca tuvo este país. Inteligente para distribuir el juego, con una educada pierna zurda, Venezuela lo echará mucho de menos de aquí en adelante. Le ha regalado a la afición goles de Play Station. Paraguay, que llegaba como la víctima adecuada por una insólita falla de planificación, tampoco lo sufrirá más.
Eliminados desde hace varias jornadas, sin otro estímulo que cumplir con decoro ante un rival al que siempre han dominado, la albirroja decidió salir un día antes del partido desde Asunción. A poco de despegar tuvieron que volver al aeropuerto por problemas en el tren de aterrizaje. Tras corregir el desperfecto volvieron a alzar vuelo hacia San Cristóbal con una escala previa en Manaos, Brasil. Los recibió uno de los clásicos cortes del fluido eléctrico que acogotan a los venezolanos. Llegaron en la madrugada de este viernes con apenas tiempo para dormir y presentarse este viernes en el estadio.
Ese cansancio se notó en el segundo tiempo, cuando Venezuela, espoleada por el público, adelantó sus líneas y jugó en la parcela rival ganando todas las pelotas divididas con un inmenso Fernando Amorebieta. El gol llegó a diez minutos del final con un zurdazo de Seijas desde fuera del área al palo más lejano de Villar. Farías ya había quemado las naves sumando a otro delantero y a un volante ofensivo. Ese cambio de actitud en un técnico que arma sus equipos a partir de la solidez del bloque defensivo se echó de menos en los partidos previos, cuando era imperativo sumar puntos de local para no depender en las últimas fechas de los milagros del Altísimo. La Venezuela de Farías sólo buscó los juegos obligada por las circunstancias. Tan conservador planteamiento provocó la antipatía de buena parte de la afición a medida que pasaban los minutos y la eliminación ya era un hecho. Sus detractores jamás le perdonaron la renuncia al desparpajo con el que jugaba la versión de Richard Páez, su antecesor en el cargo.
Existe la sensación, no compartida por Farías en la rueda de prensa posterior al cotejo, de que Venezuela dejó pasar una oportunidad única para ir al Mundial. Todos los factores jugaban a favor. Brasil estaba clasificado por ser sede y se disputaban cuatro cupos y medio en la Conmebol con la mejor generación de jugadores que ha tenido este país. No se ha podido. Ahora toca esperar otros cuatro años para ver si es posible romper la marquesina que indica que Venezuela es la única selección de Sudamérica que aún no ha disputado la fase final de una copa del mundo.

12 de julio de 2013

Las horas bajas de Henrique Capriles






Hace poco los reconocidos analistas políticos Fausto Masó y Luis García Mora criticaron en dos artículos la estrategia de la oposición para manejar la crisis política venezolana. El título del escrito de Maso era casi una provocación para quienes sintieron en abril que tenían al alcance de la mano el fin de 14 años de chavismo. “¿Y si Nicolás Maduro durase los seis años?”. Razonaba el articulista que Venezuela se estaba acostumbrando al nuevo Presidente al igual que al tráfico, a la delincuencia y al desabastecimiento. “Maduro se está convirtiendo en una mala costumbre, pero las malas costumbres son eternas, mientras el espacio en los medios de la oposición le ocurre como a la piel de zapa de Balzac, se achica”, escribió. Mucho más directo, García Mora se preguntaba: “¿Para dónde va Henrique Capriles Radonski?” y argumentaba que la oposición no tenía objetivo estratégico definido y que lucía entrampada.
Estas ideas son parte de una opinión generalizada entre buena parte de los adversarios del gobierno, quienes han empezado a preguntarse, después de ver lo sucedido en Brasil -donde protestas masivas y extendidas en el tiempo han obligado a la presidenta Dilma Rousseff a promover reformas-, si su líder ha dilapidado la posibilidad de provocar cambios en el modelo chavista con el capital político obtenido en las elecciones del pasado 14 de abril. Más allá de esto: si la oposición está segura de que fue despojada del triunfo, ¿por qué desistió de presionar en la calle hasta que se reconociera el resultado?
El miércoles 17 de abril Capriles Radonski convocó a sus seguidores a marchar hacia el Consejo Nacional Electoral para solicitar un recuento de votos, la única manera, dijo entonces, de resolver la crisis política desatada después del anuncio del estrecho resultado. En las calles había numerosos focos de protesta que a la postre terminarían con nueve personas fallecidas, 78 lesionadas, y con la amenaza del gobierno de enjuiciarle como el instigador de esas muertes. El candidato decidió entonces suspender la caminata para evitar una masacre similar a la ocurrida el 11 de abril de 2002 -el día que comenzó el breve golpe de Estado contra Hugo Chávez- y reorientar su estrategia. Sus seguidores debían cesar las protestas callejeras, volver a casa y dejar que él llevara el reclamo ante el árbitro comicial e impugnara las elecciones ante el Supremo en caso de que la mayoría oficialista del CNE no aceptara abrir las urnas. El tiempo se encargaría de terminar de erosionar las precarias bases que sostenían a Maduro, que debía iniciar su gobierno con un presupuesto comprometido y una escasez galopante con congénitas debilidades de liderazgo. La estrategia de Capriles apostaba –apuesta- al desgaste de Maduro, que no tiene una conexión emocional con su electorado, para luego, entonces sí, construir una mayoría sólida y amplia que permita burlar las inequidades de los procesos electorales venezolanos.
Hoy Capriles luce apagado. Maduro se ha fortalecido y dirige un gobierno en el cual es posible identificar rasgos de un estilo propio. El reclamo ante el Supremo ha caído en el olvido después de que la Sala Constitucional, de mayoría chavista, se avocara a conocer la causa. Así, el entusiasmo de la oposición se ha diluido en la rutina e incluso en la indiferencia frente a los graves problemas del país y al colapso del modelo económico chavista. Aunque el gobierno se ha mostrado dispuesto a trabajar con la empresa privada, no ha renunciado a perfeccionar la política de controles a través de una nueva ley en la Asamblea Nacional -que regula los precios de los vehículos nuevos y usados- y la vuelta de Eduardo Samán, un comunista recalcitrante, a la dirección del Indepabis, el organismo encargado de vigilar que se cumplan los topes establecidos por el Estado en el valor de los bienes y servicios. El gobierno cree que con más controles podrá reducir la inflación, que en junio llegó a 4,7% para sumar 25% en el primer semestre del año.
Maduro pudo recuperarse con golpes precisos para confinar a la oposición a sus bastiones como en los tiempos de Hugo Chávez, donde no hace daño. Cuando Capriles visitó Colombia, adonde fue recibido por el presidente Juan Manuel Santos, la airada reacción de Maduro puso en alerta a los demás países. Desde entonces el reconocimiento de la comunidad internacional al joven gobierno venezolano fue más decidido. Es posible que esa sea la prueba del éxito de la diplomacia bolivariana o de la lenta e inexorable muerte del reclamo opositor. Dos episodios así lo demuestran: el presidente de México, Enrique Peña Nieto, dijo que no recibiría al gobernador de Miranda en caso de que éste visitara ese país. Y el nuncio apostólico en Caracas, Pietro Parolin, exhortó al líder estudiantil Vilca Fernández a suspender la huelga de hambre que mantenía en la sede diplomática a propósito del conflicto entre las universidades y el gobierno. Era, dijo el representante del papa Francisco en el país, un lugar no propicio para esas manifestaciones. “Aunque estamos preocupados por el conflicto, la Nunciatura no está involucrada directamente en él”, aclaró.
Quizá el conflicto que mantiene cerradas las principales universidades públicas de Venezuela sea el mejor rasero para medir cómo se ha enfriado la protesta opositora. Los problemas de la educación superior –un presupuesto justo, el respeto a la autonomía y un aumento sustancial de los magros salarios que devengan los docentes, demandas parcialmente complacidas por el Gobierno- no han movilizado a su electorado en la misma proporción que hace tres meses. Tal vez en esa actitud tenga que ver la tibieza de Capriles frente a la aventura de la huelga. Primero recomendó a los profesores no suspender las clases. Cuando arreció el conflicto sí decidió solidarizarse con su estrategia. “El gobierno tiene la posibilidad de resolver el conflicto universitario. Ellos regalan 4 mil millones de dólares al año al gobierno cubano”, escribió en su cuenta de Twitter el 18 de junio.
Todas esas contradicciones han sido aprovechadas por el gobierno, que sí tiene conciencia de su debilidad si asoma alguna fisura. Por ello se han mostrado como un bloque alrededor de Maduro. Bien lo dice Maso: “Diosdado Cabello no conspira para sacar a Maduro de Miraflores. Los dos están hermanados porque la salida de uno, o del otro, significaría el fin de ambos”.
Pero además ocurrió un hecho que nadie esperaba. La anunciada venta del canal Globovisión derivó en un giro brusco de su política editorial que afectó a Capriles y a toda la oposición. Concebida como una trinchera del antichavismo, en ocasiones el pequeño canal de noticias transmitía largas y antinoticiosas ruedas de prensa y arengas de los dirigentes políticos opuestos al gobierno. Eran compromisos políticos que el canal jamás rehuyó en el entendido de que así socavaría la base de apoyo popular del chavismo. “En 2012 tomé la decisión de hacer todo lo que estuviera en nuestro poder para lograr que la oposición ganara las elecciones de octubre. Era la oportunidad, como venezolanos, para recuperar nuestro país. En Globovisión lo hicimos extraordinariamente bien y casi lo logramos, pero la oposición perdió”, afirmó el dueño saliente del canal, Guillermo Zuloaga, en su misiva de despedida a los trabajadores.
Los nuevos dueños, sospechados de vínculos con el gobierno, decidieron cortar con el compromiso de transmitir en directo las informaciones emanadas por voceros de la oposición. Se pide a los medios privados un equilibrio informativo que los canales oficiales no están dispuestos a observar. “Hay mucha autocensura. Ernesto Villegas (ministro de Comunicación e Información) ha dado órdenes de que no se transmitan mis actos. Está encima de esto”, dijo Capriles en una conversación con este diario.
Al mismo tiempo el presidente Nicolás Maduro viajaba por el mundo en busca de apoyo internacional para su endeble mandato y copaba los espacios en la televisión, tal como lo hizo su predecesor. Un trabajo de la ONG Monitoreo Ciudadano determinó que entre el 3 de junio y el 3 julio Maduro apareció en las pantallas de Venezolana de Televisión, el canal del Estado, durante 48 horas y cuatro minutos, a un promedio de dos horas diarias. Desde el 14 de abril y el 3 de julio el gobierno ha obligado a los demás medios a retransmitir su señal 65 horas y 26 minutos, 32 minutos diarios.
No hay estadísticas que midan las escasas apariciones de Capriles tras el cambio de rumbo de Globovisión, pero sus colaboradores sostienen que hay una merma significativa desde mayo. El pasado martes este diario fue invitado a presenciar el programa de televisión semanal que el ex candidato presidencial decidió transmitir a través de su página web (www.capriles.tv) para enfrentar lo que considera como un cerco a su liderazgo y superar lo que sin remilgos define como la autocensura de las plantas de televisión privadas de Venezuela. Capriles visualiza a ese espacio, que ha llamado “Venezuela somos todos”, como el momento para opinar sobre temas de política nacional y mantener a su base unida y movilizada.
Lo primero que sorprende son los equipos con los que cuenta para poder hacer una transmisión. La terraza del piso 1 de su antiguo comando de campaña es un set de televisión. Hay cuatro cámaras, una consola que mezcla las imágenes tomadas por cada una de ellas y una antena parabólica. El programa es transmitido por satélite y los canales de televisión reciben los parámetros para poder sintonizarlo y retransmitirlo en directo si así les parece. Su jefe de prensa, Ana María Fernández, dice que muy pocas veces ha pasado.
Ese martes, Capriles, que viste una camisa azul celeste, y un pantalón verde de drill, llegó al set estrechando manos y saludando con energía. Cuatro periodistas le esperaban sentados a una mesa. Eran los invitados del programa. Después de saludar a la audiencia, de criticar a Maduro por desear que Edward Snowden, el ex analista de la NSA que filtró los documentos que revelan el espionaje electrónico de Estados Unidos, aterrizara en Venezuela; después incluso de ironizar sobre la costumbre de un miembro del Partido Socialista Unido de Venezuela de cuidar del brillo de sus uñas antes que los indicadores de su gestión, el gobernador Capriles criticó, a lo largo de la hora y media que duró el programa, a quienes cuestionan a través de las redes sociales su desacuerdo con la forma como ha conducido la crisis política.
“Hay mucha gente que se dice de oposición que se pasa el 70% de su tiempo atacándonos. El esfuerzo debe ser más propositivo”, dijo. Cinco minutos después dejó a medio camino un tema para retomar su argumento. “Los que quieren tomar la calle no son capaces de dejar de ir a la playa el fin de semana para organizarse. No tiene que venir un líder a decirle qué tienen que hacer. Organícense. ¿Qué hacen ellos para fortalecer la alternativa democrática? Nada. Yo sigo proponiendo, pero esto es una lucha de todos. Hay que salir del Twitter y recorrer el país”.
Al finalizar el programa Capriles atendió a este diario y defendió su estrategia: “Creo que tengo la responsabilidad, a sabiendas de que Venezuela es un país desinstitucionalizado, de no dejarme llevar por las emociones, sino a apelar a la razón. La emocionalidad es propia de un proceso electoral y no un acto racional. Hay personas que establecen una comparación con lo que se produjo en Brasil. O lo que pasó en Siria. Yo no puedo pedirle a la gente que salga a la calle, que sea asesinada y luego pasar la página. Esa no es mi visión.
-¿Han sido sus horas más bajas?
-Yo trato de buscar el lado positivo de las cosas. Creo que hemos logrado desenmascarar al gobierno. Había que desenmascarar el desigual proceso electoral para darle más valor a la lucha. Creo en la construcción de una fuerza popular lo suficientemente amplia para imponer democráticamente los cambios. Puedo equivocarme. Yo me la estoy jugando.



14 de mayo de 2013

La improbable Primera Dama





Recién el pasado 2 de mayo el presidente Nicolás Maduro mencionó que Cilia Flores era la primera dama de la República Bolivariana de Venezuela. Hasta entonces se había negado calificar así en público a su compañera, acaso para darle la espalda al protocolo, algo tan consustancial al chavismo, pero también porque lo consideraba como una trivialidad burguesa. “Ese es un concepto de alta alcurnia”, explicó el hoy jefe de Estado el día que inscribió su candidatura. Prefirió entonces endilgarle un mote más ridículo  –La Primera Combatiente de la República- como para seguir impostando la falsa epopeya de la revolución bolivariana.
Cilia Flores no parece haber nacido para encargarse sólo de la Fundación del Niño, o para llevar una vida discreta y estrechar la mano de los jefes de Estado que visitan Venezuela. Nacida hace 60 años en un hogar pobre en Tinaquillo, estado Cojedes, en el centro de Venezuela, Flores es una mujer hecha a sí misma, con una vida sin relumbrones de éxito –un matrimonio, tres hijos, licenciada en Derecho con concentración en el área laboral y penal- y sin perspectiva alguna de incorporarse a la lucha política hasta que le deslumbró la gesta golpista de Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992. 
De inmediato se sumó a la lista de groupies que hizo largas filas en la prisión donde estaba el comandante para conocerlo y ofrecerle su ayuda profesional. La historiografía oficial ha querido usar ese hecho para posicionarla como una de las abogadas que gestionó el indulto de Chávez y sus compañeros de armas en 1994. Javier Elechiguerra, ex fiscal general de la República (1999-2000) y líder de los abogados que entonces defendían a los líderes golpistas, no la recuerda dentro del equipo de juristas. Aunque tal vez, concede, sí haya formado parte de la representación de los oficiales de menor jerarquía que estaban detenidos en otras prisiones de Venezuela.
Esa mentira blanca, en todo caso, no demerita lo hecho por Flores en los años posteriores a la asonada golpista. Nicolás Maduro ha contado que la policía política de la época la persiguió hasta espantarle los clientes. Su matrimonio se hizo trizas. En 1993 fundó el Círculo Bolivariano de Derechos Humanos y se sumó al génesis del chavismo, el partido MBR-200. En esos afanes se enamoraron y se sumaron a un equipo que empezó recorriendo el país por carretera, hablando ante escasas concurrencias mediante micrófonos desde tarimas improvisadas en camionetas, y terminó en 1998 convertido en una riada.
Cilia Flores fue electa como diputada ese mismo año, poco antes de la primera victoria de Hugo Chávez, el 6 de diciembre de 1998, y formó parte del grupo que recibió de la gestión saliente los informes de la situación del Ministerio del Interior y la Policía Científica. Fue reelecta en su curul en 2000, poco después fue jefa de la fracción y en 2006 sucedió a su marido en la presidencia de la Asamblea Nacional hasta 2011, cuando fue nombrada Procuradora General de la República.
Su gestión dejó varias heridas de guerra para la libertad de información. Prohibió el libre desplazamiento de la prensa independiente por los pasillos del hemiciclo de sesiones, y la confinó a un salón donde los periodistas pueden ver la sesión a través de la transmisión oficial de la televisión; diseñó un canal –ANTV- que responde a los intereses del partido de gobierno, que ataca a los parlamentarios disidentes y censura todo aquello que no conviene transmitir, como la brutal paliza que recibieron dirigentes de oposición el martes 30 de abril en la sesión ordinaria.
Flores también influyó en la contratación de 37 personas cercanas a su entorno en el Parlamento, de acuerdo con las denuncias hechas en la prensa por la Unión de Trabajadores y Empleados de la Asamblea Nacional, incluyendo cuatro hermanos, dos sobrinos, dos primos y su ex esposo, padre de sus dos hijos. De esa y otras salió bien librada y con el espaldarazo del comandante presidente, que siempre reconoció en público su lealtad. La suya fue una contribución fundamental para la profundización del socialismo chavista. Tras el fracaso de la reforma constitucional intentada por Chávez en 2007, la hoy primera dama maniobró para complacer los caprichos del comandante presidente, que quería relegirse por siempre en el cargo e instaurar su modelo a través de leyes aprobadas por el Poder Ejecutivo. Sin duda ha sido la dirigente más importante del Partido Socialista Unido de Venezuela.
“Tiene un carácter candela pura (muy fuerte). Es tan fuerte en la casa como lo que mostraba en el Parlamento. Pero yo me impongo con fuerza. La última palabra siempre la tengo yo, cuando le digo 'así es, mi amor”, ironizó Maduro al presentarla durante la campaña presidencial.
Ismael García, quien se separó de la coalición chavista junto al partido Podemos tras manifestarse en desacuerdo con la reforma, y hoy es diputado opositor afirma: “Yo la conocí como una mujer muy humilde. Esa no es la persona que yo conocí. Dicen que la verdadera personalidad de la gente emerge cuando se arriman al poder o lo ejercen”.
Por el momento Flores acompaña a Maduro en sus giras como parte de un equipo político cercano al mandatario. Ha sido nombrada por su marido para iniciar diálogos con el sector de la oposición que reconozca la legitimidad del Presidente. Tal vez su bajo perfil sea apenas un retiro táctico. Cuando Maduro asumió como Presidente hizo suyas las palabras que alguna vez dijo Hugo Chávez en alguna de sus torrenciales discursos. “Quiero entregarle la banda presidencial a una mujer”.


1 de abril de 2013

Una pócima para Hugo Chávez


Los feligreses de esa religión que es el chavismo ya tienen su primera Iglesia. Construida por iniciativa de  María Gabriela, la hija del presidente de Venezuela Hugo Chávez, al lado del Hospital Militar, la llamada Capilla de la Esperanza recibe a quienes se han acercado a respaldar al comandante-presidente en esta dura hora que le ha tocado vivir, la peor desde que regresó a Caracas el 18 de febrero proveniente de La Habana.
Este martes al mediodía los fieles seguidores de Chávez ocupaban los 30 asientos de la pequeña capilla, una construcción a base de vigas y columnas de acero rematada con ladrillos cortados en forma de cruz. En las paredes hay un afiche de la última campaña electoral presidencial. Se trata de una imagen del jefe del Estado pegada sobre un pedazo de cartulina en la que se lee: “Hay que visualizarlo sano”.
En la antesala está Abril Pérez acompañando el rosario en silencio, con un leve movimiento de labios. Lleva en sus manos varias fotocopias de un artículo del veterano periodista deportivo Juan Vene, que reseña una receta de un sacerdote franciscano, Fray Romano, que supuestamente funciona como una pócima mágica que disminuye el tamaño de los tumores malignos o los erradica en definitiva.
Abril es enfermera y todos sus colegas del hospital donde trabaja en Los Valles del Tuy, una lengua de tierra caliente rodeado de una frondosa vegetación a treinta minutos de Caracas, siguen la lógica implacable de la ciencia médica; pero ella, que en esta capilla no es enfermera sino una devota seguidora del presidente Hugo Chávez, le tiene mucha fe a Fray Romano, porque asegura que la receta ha curado de cáncer de seno a su hermana y un linfoma no hodgkin en el abdomen de un vecino.
De pronto otras dos mujeres la rodean para escuchar la explicación: mezclar medio kilo de miel pura, otro medio kilo de sábila y 50 mililitros de ron y tomarlo veinte minutos antes de las comidas en sesiones de diez días. Eso cura. Su hermana se bebió ese brebaje antes del segundo ciclo de quimioterapias y cuando los médicos le hicieron los estudios encontraron que el tumor había disminuido de tamaño dos centímetros. “En el siguiente chequeo había desaparecido por completo”, afirma. Abril quiere contarle a los fieles chavistas que el milagro es posible, y que si alguien le acerca la receta a Hugo Chávez podrá salvar la vida.
El rosario continúa y Nelly Arias camina entre el público con una imagen del Nazareno de San Pablo al lado de una de las tantas fotos que se ha tomado el líder bolivariano con la banda presidencial. Ella también lleva entre manos una vieja imagen de los días cuando el comandante estaba preso en la cárcel de Yare por la intentona golpista contra Carlos Andrés Pérez en 1992. Nelly toma la foto, besa justo la parte donde sonríe el comandante-presidente. Viene del este de la ciudad, de Petare, a pedirle a los santos que obren el milagro que la ciencia no ha podido cumplir.
Su devoción podría sugerir que no resistiría la ausencia definitiva del Presidente, pero ella también parece consciente de la gravedad del primer mandatario. “Si nos falta Chávez, nos queda Nicolás Maduro”, afirma. “Fui seguidora de Carlos Andrés Pérez, pero ya he despertado. Ellos (refiriéndose a la oposición) nunca más volverán”.
Cuando el rosario culmina la mujer que dirige los rezos anuncia a Abril. Y ella empieza a contar la misma historia que poco antes me había contado. La burocracia gubernamental también aprovecha la hora del almuerzo para elevar una plegaria por la salud del comandante-presidente, a quien no han visto desde el pasado 10 de diciembre. “No podemos permitir que perdamos a esta hombre amado como perdimos a Jesucristo”. La gente escucha con atención a Abril acaso porque ya entiende que ya todo está en manos de Dios.


21 de marzo de 2013

Seremos como Chávez


En el 23 de Enero, sobre una loma que da directamente a la que fue su oficina, descansará por ahora el presidente Hugo Chávez. El Museo de la Revolución es una estructura enclavada a menos de dos kilómetros del Palacio de Miraflores, donde se levantan edificios residenciales y viviendas de dos y tres pisos en las inestables laderas de la montaña. Parte del sector es controlado por los llamados colectivos, que tienen una doble función: una fachada de trabajo social con la comunidad y otra, ilegal, mediante la cual imponen la ley. Esos grupos tienen como referentes a Simón Bolívar, Augusto César Sandino, Manuel Marulanda Velez, el guerrillero Tirofijo, y por supuesto el Ché Guevara. Aquí todos los miembros de los colectivos quieren ser como el médico argentino.
El viernes 15 no había mariachis, ni piezas del folklore venezolano sonando a todo dar como tributo al mandatario, fallecido el pasado 5 de marzo víctima de cáncer. La salsa de pronto ha tocado en tango y el cielo azul del Caribe se ha encapotado. En el parque infantil 4 de febrero, detrás del Museo Histórico Militar, un niño disfrazado de Hugo Chávez –traje de campaña, boina roja ladeada- se lanza por el tobogán. Lugareños y extraños tratan de acercarse para ganar una vista privilegiada del lugar. Aquellos eran rostros melancólicos, al igual que los de la grey chavista concentrada frente a la pantalla ubicada al comienzo del Paseo Los Símbolos.  Casi no hablaban entre ellos, algunos usaban lentes oscuros, otros llevaban cascos de motorizado guindados en los antebrazos. Apenas se escuchaban las voces de quienes ofrecen café o refrescos a la multitud.
El silencio más triste lo encarna la familia de José Lamas, un motorizado que ha llegado hasta las exequias junto a su esposa y a su hija. Mientras la familia del líder bolivariano transportaba el féretro en hombros para introducirlo en el vehículo que lo trasladaría hasta su morada final, José consuela a la niña, que llora con tal sentimiento que todos alrededor tienen que ver con su dolor. Él cierra los ojos y mira hacia el cielo como si se preguntara por qué ha muerto el comandante presidente. Durante el velatorio de diez días, dice José, Chávez parecía seguir entre todos. Ahora que han cerrado la cajuela y se desconoce si su cuerpo será preservado para exhibirlo por siempre, José tiene la certeza de que ha caído el telón de la obra de Hugo Chávez. Nunca su recuerdo.
Era la misma duda que tenía Daniel Lugo, uno de los tantos vendedores de las fotos alusivas a Hugo Chávez, una gigantesca operación de mercadeo político con pocos precedentes en el país. Al pie de las escalinatas de El Calvario, cerca del Museo de la Revolución, Lugo decía que algunos de sus amigos temían que los programas sociales desaparecieran con la muerte del líder. Casi de inmediato recordó la última alocución del comandante Chávez en la que ungió al vicepresidente Nicolás Maduro como su sucesor. Eso es lo que llamó Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional, “el sello de Chávez” durante la misa que precedió el traslado del cuerpo hacia su morada. “No será su partida lo que lo borre de la memoria de los venezolanos y los pueblos del mundo”, agregó el dirigente.
Nicolás Maduro manejaba un Tiuna descapotable delante del féretro y saludaba con el puño en alto a la triste multitud apostada a lo largo del recorrido. Algunos hacían el esfuerzo de correr en paralelo al cortejo, que avanzaba más rápido que el miércoles pasado, cuando la gente casi no dejaba avanzar a la carroza. Las motos rugían o se levantaban en las ruedas traseras. El gesto se convirtió en un acto más de campaña. Bien lo dijo el presidente de la encuestadora Datanalisis, Luis Vicente León, en días pasados. Maduro no es el candidato, sino el vehículo para volver a votar por Chávez.
La campaña electoral comenzará recién el 2 de abril según el Consejo Nacional Electoral, pero en los hechos tanto Maduro como Henrique Capriles Radonski, el abanderado de la opositora Mesa de la Unidad, ya están en la calle llevando su mensaje. Ha sido un intercambio duro y hostil. El chavismo acusa al gobernador del Estado de Miranda de ofender a los familiares del fallecido líder bolivariano. Capriles dudó de la fecha de muerte del caudillo bolivariano. La oposición, que sabe que la impronta de Chávez decidirá el ganador de los comicios del 14 de septiembre, ha tomado su nombre para reforzar una idea que el jefe del Estado sugería en sus discursos y que los suyos siempre creyeron: que la culpa de los errores cometidos en los 14 años de la era Chávez era de los ministros y no del comandante.
Chávez está en la mente de todos los venezolanos. Nadie es indiferente a su legado, para odiarlo o para amarlo. Es hostia sagrada o veneno. Era evidente que para los hombres y mujeres que se apostaron alrededor del Museo de la Revolución, el comandante ya merece un lugar en el panteón de los revolucionarios del siglo XX. Una camioneta modelo Ford llevaba inscrito en el vidrio trasero la frase “Seremos como Chávez”, que aludía, quizás sin saberlo a aquella que repitió Fidel Castro después de la muerte del Che Guevara. Hay algunas similitudes en esas existencias. Las dos fueron vidas intensas, se acabaron relativamente pronto y colocaron en un altar el desprendimiento y la preocupación por el otro. Bien lo sabe Ofelia Pérez. Mientras esperaba el paso del cortejo en la avenida Sucre de Caracas dijo que en lo sucesivo le enseñaría a sus hijos a ser como el Presidente. “Lo juro por esta cruz”, dijo, después de besar la unión de sus dedos índices colocados en cruz. Y de pronto comenzó a llorar.