En el 23 de Enero, sobre una loma que da directamente a la que fue su oficina,
descansará por ahora el presidente Hugo Chávez. El Museo de la Revolución es
una estructura enclavada a menos de dos kilómetros del Palacio de Miraflores,
donde se levantan edificios residenciales y viviendas de dos y tres pisos en
las inestables laderas de la montaña. Parte del sector es controlado por
los llamados colectivos, que tienen una doble función: una fachada de trabajo
social con la comunidad y otra, ilegal, mediante la cual imponen la ley. Esos
grupos tienen como referentes a Simón Bolívar, Augusto César Sandino, Manuel
Marulanda Velez, el guerrillero Tirofijo, y por supuesto el Ché Guevara. Aquí todos
los miembros de los colectivos quieren ser como el médico argentino.
El viernes 15 no había mariachis, ni piezas del folklore venezolano sonando a todo dar como
tributo al mandatario, fallecido el pasado 5 de marzo víctima de cáncer. La
salsa de pronto ha tocado en tango y el cielo azul del Caribe se ha encapotado.
En el parque infantil 4 de febrero, detrás del Museo Histórico Militar, un niño
disfrazado de Hugo Chávez –traje de campaña, boina roja ladeada- se lanza por
el tobogán. Lugareños y extraños tratan de acercarse para ganar una vista
privilegiada del lugar. Aquellos eran rostros melancólicos, al igual que los de
la grey chavista concentrada frente a la pantalla ubicada al comienzo del Paseo
Los Símbolos. Casi no hablaban entre
ellos, algunos usaban lentes oscuros, otros llevaban cascos de motorizado guindados en los antebrazos. Apenas se escuchaban las voces de quienes ofrecen
café o refrescos a la multitud.
El silencio más
triste lo encarna la familia de José Lamas, un motorizado que ha llegado hasta
las exequias junto a su esposa y a su hija. Mientras la familia del líder
bolivariano transportaba el féretro en hombros para introducirlo en el vehículo
que lo trasladaría hasta su morada final, José consuela a la niña, que llora
con tal sentimiento que todos alrededor tienen que ver con su dolor. Él cierra
los ojos y mira hacia el cielo como si se preguntara por qué ha muerto el
comandante presidente. Durante el velatorio de diez días, dice José, Chávez
parecía seguir entre todos. Ahora que han cerrado la cajuela y se desconoce si
su cuerpo será preservado para exhibirlo por siempre, José tiene la certeza de
que ha caído el telón de la obra de Hugo Chávez. Nunca su recuerdo.
Era la misma
duda que tenía Daniel Lugo, uno de los tantos vendedores de las fotos alusivas
a Hugo Chávez, una gigantesca operación de mercadeo político con pocos
precedentes en el país. Al pie de las escalinatas de El Calvario, cerca del
Museo de la Revolución, Lugo decía que algunos de sus amigos temían que los
programas sociales desaparecieran con la muerte del líder. Casi de inmediato
recordó la última alocución del comandante Chávez en la que ungió al
vicepresidente Nicolás Maduro como su sucesor. Eso es lo que llamó Diosdado
Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional, “el sello de Chávez” durante la
misa que precedió el traslado del cuerpo hacia su morada. “No será su partida
lo que lo borre de la memoria de los venezolanos y los pueblos del mundo”,
agregó el dirigente.
Nicolás Maduro manejaba un Tiuna descapotable delante del féretro y saludaba con el puño en alto
a la triste multitud apostada a lo largo del recorrido. Algunos hacían el
esfuerzo de correr en paralelo al cortejo, que avanzaba más rápido que el
miércoles pasado, cuando la gente casi no dejaba avanzar a la carroza. Las
motos rugían o se levantaban en las ruedas traseras. El gesto se convirtió en
un acto más de campaña. Bien lo dijo el presidente de la encuestadora
Datanalisis, Luis Vicente León, en días pasados. Maduro no es el candidato,
sino el vehículo para volver a votar por Chávez.
La campaña
electoral comenzará recién el 2 de abril según el Consejo Nacional Electoral,
pero en los hechos tanto Maduro como Henrique Capriles Radonski, el abanderado
de la opositora Mesa de la Unidad, ya están en la calle llevando su mensaje. Ha
sido un intercambio duro y hostil. El chavismo acusa al gobernador del Estado
de Miranda de ofender a los familiares del fallecido líder bolivariano.
Capriles dudó de la fecha de muerte del caudillo bolivariano. La oposición, que
sabe que la impronta de Chávez decidirá el ganador de los comicios del 14 de
septiembre, ha tomado su nombre para reforzar una idea que el jefe del Estado
sugería en sus discursos y que los suyos siempre creyeron: que la culpa de los
errores cometidos en los 14 años de la era Chávez era de los ministros y no del
comandante.
Chávez está en
la mente de todos los venezolanos. Nadie es indiferente a su legado, para
odiarlo o para amarlo. Es hostia sagrada o veneno. Era evidente que para los
hombres y mujeres que se apostaron alrededor del Museo de la Revolución, el
comandante ya merece un lugar en el panteón de los revolucionarios del siglo
XX. Una camioneta modelo Ford llevaba inscrito en el vidrio trasero la frase “Seremos
como Chávez”, que aludía, quizás sin saberlo a aquella que repitió Fidel Castro
después de la muerte del Che Guevara. Hay algunas similitudes en esas
existencias. Las dos fueron vidas intensas, se acabaron relativamente pronto y
colocaron en un altar el desprendimiento y la preocupación por el otro. Bien lo
sabe Ofelia Pérez. Mientras esperaba el paso del cortejo en la avenida Sucre de
Caracas dijo que en lo sucesivo le enseñaría a sus hijos a ser como el
Presidente. “Lo juro por esta cruz”, dijo, después de besar la unión de sus
dedos índices colocados en cruz. Y de pronto comenzó a llorar.