6 de enero de 2011

La Caracas de un optimista irredento


El 25 de julio de 1993, William Niño Araque publicó un artículo en El diario de Caracas en el cual proponía cien ideas para convertir a Caracas en una urbe cosmopolita. En esa nota, posteriormente incluida en un imprescindible compendio literario y emotivo del sociólogo Tulio Hernández llamado Caracas en veinte afectos, Niño desarrolló varias ideas que lo singularizaron entre sus colegas.
Su muerte, ocurrida el pasado 18 de diciembre, puso de relieve el hecho de que había alguien pensando en la humanización de la ciudad en medio del caos que supone vivirla y del evidente deterioro de su infraestructura, profundizado aún más por las recientes lluvias de noviembre y diciembre.
Quien lo escuchaba en sus tertulias radiales con Marianela Salazar, Federico Vegas o María Isabel Peña asistía a una ceremonia única: la de un hombre que escarbaba entre el caos y el absurdo para postular a Caracas como el mejor sitio para vivir. La de Niño era una disertación culta que rescataba el enorme potencial de una ciudad que creció a la vera de una montaña, pero que en su desordenado y caótico crecimiento hoy incluye un vasto frente marítimo, -el de La Guaira- las colinas de los altos mirandinos y las desangeladas Guarenas y Guatire. Así pensaba él. Y hablaba con tal pasión de los desaprovechados potenciales de la capital, que el oyente sólo podía entusiasmarse con el futuro que se proyectaba en sus palabras. Una frase de Tomás Eloy Martínez define muy bien la relación que Niño tenía con la ciudad: “Caracas es como es, desordenada y absurda, pero si fuera de otro modo los caraqueños no podrían amarla tanto”.
En aquel artículo, Niño enumeró cien propuestas. Algunas de ellas no podrían ser concretadas debido a esa pulsión tan venezolana de demoler la memoria arquitectónica. Otras podrían cumplirse sin comprometer el presupuesto del Estado. “Sus ideas requerían más de planes políticos”, afirma María Isabel Peña, directora del Instituto de Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela.
Entre esas propuestas estaban: abrir la puerta de Caracas a La Guaira, definir la ley de protección a la autopista como un preludio paisajístico; ordenar los edificios-puerta que puntualizan el acceso de Catia a la ciudad; incluir en la normativa una estrategia arquitectónica que rija el crecimiento de la ciudad y que permita la inclusión de tipologías: edificio-corredor, edificio-esquina, edificio-puente, edificio-patio; eliminar la fea escultura de Bolívar que remata al Parque Vargas; respaldar una campaña pública para tumbar el terminal de La Bandera y asumir la Autopista del Este con su potencial paisajístico como símbolo de la ciudad.
Otras ideas: utilizar la experiencia de El Silencio como el aporte más significativo de la condición caraqueña -el bloque horizontal y la manzana cerrada alrededor de un patio- que puede reproducirse en otros sectores de la ciudad (San Agustín del Norte, la avenida Casanova, Bello Monte,
La California o la Pastora); construir un edificio-torre o bastión con un pórtico de tres alturas a la entrada de la avenida Casanova cruce con Las Acacias y otro en Las Mercedes, donde está el CVA o el cierre temporal del Parque del Este para recuperar sus espacios y demoler la construcción del museo de Miranda.
Niño estaba triste porque veía el deterioro galopante de la ciudad, pero en esos momentos emergía el optimista que era: se maravillaba con su luz, la Universidad Central o la remodelación de El Calvario, con la que estaba satisfecho. “Él decía que Caracas era un caballo de buen porte pero desnutrido”, recuerda Peña. Las ideas de Niño pretendían recuperar el peso perdido de la ciudad.