10 de octubre de 2007

Las razones de un chavista

Voy a compartir con ustedes una derrota. Mejor dicho, compartiré con ustedes una certeza: pasarán muchos años antes de que Hugo Chávez deje el poder por las buenas. Desde hace unos días esa frase no me abandona. Cuando quiero dejarla atrás me toca el hombro y se materializa, como el más abominable de los espectros. Lo presentía al ver las encuestas en torno al liderazgo del Presidente y las inconsistencias de la oposición, llena de gente que cree que lo que nos pasa es una pesadilla. Pero desde hace unos días, decía, tengo la íntima convicción de que este gobierno va para largo.
Ocurrió en la bomba que está al lado del Concresa y frente al viejo centro comercial La Pirámide. Hay sitios que nunca mueren y La Pirámide parece ser uno de ellos. Cuando era pequeño iba por allí a cortarme el pelo en una barbería de niños. Al filo de los dieciocho saqué por primera vez mi certificado médico en un local con puertas de vidrio forradas en papel lustrillo. De resto no sé por qué sobrevive a la apertura de nuevos centros comerciales. La Pirámide es más bien feo, con una distribución que nunca he sabido entender. Debe ser que, pese a la escasez, el Central Madeirense que está allí todavía salva la vida de los vecinos.
El tipo que me abordó en la estación de servicio ubicada frente al centro comercial tenía una sonrisa radiante. El eterno cuento de siempre: "usted es el que sale en Aló Ciudadano los domingos", y yo, "sí, señor, a la orden", y él "dime una cosa, pana mío, es verdad que ustedes sólo pasan aquellas llamadas de la gente de la oposición", y yo, esbozando mi sonrisa de pasta dental, "no filtramos llamadas, pero el operador de audio está pendiente de cualquier palabrota que se le escape a un oyente".
Traté de llenar el tiempo con explicaciones técnicas mientras el bombero completaba el aire de las llantas. Estaba apurado y la puta lluvia que ahora caía no me permitiría avanzar más rápido por la Autopista del Este, que desde mi emplazamiento parecía el estacionamiento del Sambil en diciembre. Le dije al hombre que bajo ningún concepto permitiría insultos contra el presidente Hugo Chávez o alguno de mis compañeras del panel. El discurso fluía rápido como una caída de agua natural hasta que dije:
-Que quede claro que no quiero a Hugo Chávez.
-¿Y por qué no lo quiere? ¿Dime una cosa mala que haya hecho? -me retó el hombre.
-Me molesta de Chávez su autoritarismo, la intolerancia y que quiera hacer de Venezuela la tierra de los que piensan igual que él...
-Y eso qué importa -me atajó el hombre. Yo soy de San Sebastián de los Reyes, al sur de Aragua, y allí mi comandante mandó a construir un centro de salud más grande que el que había. Ahora hay mercaditos populares donde uno puede comprar. Es que los adecos y los copeyanos se olvidaron de la gente pobre, compadre.
-No niego ciertos logros del Gobierno con los programas asistenciales (misiones) y ciertas medidas que favorecen a la clase media. Pero Chávez siente un desprecio olímpico por las normas y los procedimientos -razoné con ese tono de analista político sorprendido por la tenaz resistencia de mi interlocutor.
-Aquí hay que acabar con la burocracia. Si el pueblo está contento al carajo los procedimientos.
Dos bomberos de la estación de servicio nos habían rodeado. Parecían estar en el ring side de un ensogado invisible. Todos asentían cuando mi interlocutor exponía sus argumentos. Traté de ensayar otra explicación, pero ninguno de ellos me quería escuchar. Cada uno completaba la frase del otro.
Me aparté del grupo con la seguridad de que la reforma se aprobará sin mayores trámites dentro de dos meses. Pensé entonces que aquel viejo eslogan de la campaña presidencial de 1983 -¡Jaime es como tu!- le va muy bien al chavista de a pie. ¡Hugo es como tú!. Lo que queda en evidencia, una vez más, es el corpus de preocupaciones de dos clases sociales. Mientras yo detesto a Chávez por razones más bien espirituales, él lo quiere porque le resolvió la vida. No le interesa que haya hipotecado al país. No le interesa que el precio del dólar se aproxime a la cima del Everest (dentro de pronto alcanzará la cota de los 8.800, como el pico más alto del mundo).
El bombero no había terminado de llenar de aire los cauchos de mi carro y aún le faltaba aspirar las alfombras. Dejé a esos tipos celebrando su íntima victoria. Crucé la avenida para cobrar un cheque en una oficina de la torre contigua al Centro Comercial La Pirámide. En la antesala me encontré a Tarek William Saab. Intercambiamos saludos y dándome una palmada en el hombro me dijo:
-Poeta, la oposición no nos gana en diciembre.
-Hoy es diciembre -le contesté.

7 de septiembre de 2007

Epaminondas Pérez

-Se llama Yotana
-¿Y esa vaina? -preguntó José, intrigado- ¿Tiene algo que ver con algún antepasado indígena?.
-Nada que ver. Siempre pensé que si tenía un varón le pondría Otan, por la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Pero como me nació una hembrita decidí ponerle Yotana. Es la misma cosa pero para la mujer.
Las veces que he contado esa anécdota -se la debo a mi amigo José Urriola- nadie quiere creérmela. Se ríen cinco minutos a mandíbula batiente, pero una vez que se calman me dan una palmadita por la espalda y me dicen mentiroso. En una ocasión recordé a Yotana en una cena en casa de una amiga argentina en Buenos Aires. Sus incrédulos viejos tampoco paraban de reir. La cena no me alcanzó para referirme a los nombres con que bautizan a los maracuchos.
Juro que eso es cierto, a menos que mi amigo José, que tiene una imaginación prodigiosa, la haya inventado en una noche de insomnio. Por fortuna una novia de la época lo refrendaba con una seriedad de tesis doctoral. Desde entonces, los nombres extraños de los niños venezolanos son parte de una secreta obsesión. Libreta en mano, ando a la caza de las evidencias como los detectives de las novelas de Hammet.
Ahora que el gobierno pretende limitar la creatividad de los padres a la hora de bautizar a sus hijos he vuelto a revisar la vieja libreta. Ahi tengo apuntado el nombre de Maikel Jordan Chacón. Era el hijo del motorizado que trabajaba en un canal donde alguna vez presté mis servicios. Y también tengo el de Diego Armando Maradona Aguero, el de Paolo Rossi Aguero y el de Ivanistelroy (un horrible homenaje que el cuñado de Juan Arango le hizo al goleador holandés del Real Madrid). ¡Ah, y cómo olvidar a Epaminondas!. Al principio pensaba que era el nombre científico de un reptil descubierto en la selva húmeda del sur de Venezuela. Hace dos días se lo pregunté a un diseñador amigo, que solía reirse conmigo cada vez que apelaba a mi libreta a la hora del almuerzo. Me dijo que Epaminondas Pérez era un tipo que él había conocido en Maracaibo hace muchos años. "Yo no podía parar de reir mientras le estrechaba la mano", recordó.
No me da verguenza confesarlo: el proyecto de ley de registro civil -que pretende regular los nombres extravagantes, cuya pronunciación en español sea imposible, o que expongan al ridículo a los niños- es la iniciativa más sensata que ha tenido el gobierno de Hugo Chávez. Por una vez en la vida aplaudo al proceso bolivariano. Me parece una exageración limitar el registro a una lista de sólo 100 nombres, pero por algo hay que empezar. Ya está bueno de que los Joineker, Yesaidu, Usnavy, Espaiderman o Anli (ojo, no confundir con el genial director de cine chino, porque en realidad es la mezcla de los nombres de Andres, su papá, y Lidis, su mamá) tengan que soportar toda una vida de joda.

31 de julio de 2007

El rito de iniciación intelectual


Hubiera querido escribir una nota como las que esta mañana aparecen en la pantalla del ordenador, pero mis conocimientos sobre la obra de Ingmar Bergman me dejarían en ridículo. He preferido, por tanto, colgar una nota de La Nación, de Buenos Aires, que ahonda en la contribución de este genio al cine.

Al enterarme de la noticia de su muerte me vino a la mente un instante feliz dentro de las salas oscuras. Fue el día en que vi por vez primera Fanny and Alexander (1982). Ocurrió, creo, en una retrospectiva que organizó la Cinemateca Nacional a mediados de los noventa. Andaba yo entonces con la idea de saldar lo más rápido posible los baches culturales que mi provinciana formación me legaron. Y ver a Bergman era todo un rito de iniciación intelectual. Comprenderlo era acaso una forma de supremacía sobre el espectador convencional.

Cuando culminó la proyección entendí que después de toda historia de amor siempre sobreviene la tragedia. Años después vi Unfaithful una hermosa pélícula dirigida por Liv Ullman, una de sus esposas, que es un homenaje al talento desmedido de este creador que hoy no está entre nosotros. De la sala salí con la certeza de cuán vulnerable a las pasiones somos los seres humanos Y todo esto lo sentí no porque Bergman, o Ullman, lo hubiera dicho a través de las voces de sus actores, sino en virtud de una puesta en escena minimalista, en la que están de más los artificios de la palabra. Vaya legado el que nos deja. Nadie como él para expresarlo todo con la mirada y los gestos.

Y aquí, finalmente, la nota:


Escenas de la vida de un genio

No sabremos si la muerte habrá tenido para él, como la imaginó más de una vez, el empolvado rostro de un payaso: aquel de mirada obscena y risa maliciosa que acosaba a Carl, el pobre tío inventor entre cuyos papeles encontró la inspiración para En presencia de un payaso (1997), o aquel otro, blanco y sin secretos, que conversaba mientras jugaba al ajedrez en El séptimo sello y había sido –como él mismo admitió– “el primer paso en la victoriosa lucha contra el miedo a la muerte”. La obra de Ingmar Bergman, al fin, conformó una única y dilatada película que era como un eco de su propia vida y sus propias angustias, un interminable interrogante sobre el sentido de la existencia, la muerte, el amor y la fe. Y también sobre la fascinación irresistible de la ficción, del arte como la tabla de salvación a la cual aferrarse como al espejismo que distrae y consuela y quizás hace posible elevarse cuando la muerte asedia y la única sensación que se percibe es la del hundimiento.

La ficción del cine o la del teatro –por donde empezó su trayectoria impar– eran su modo de combatir el caos, de organizar el desorden. En ese afán, este gran inquisidor del alma humana puso cada vez más sus propias experiencias bajo el microscopio en una progresiva profundización de los grandes temas existenciales. Así, hizo del cine un espacio para la meditación filosófica y echó luz sobre la tragedia de la condición humana. No extraña que él solo ocupe uno de los capítulos más trascendentales de la historia del arte contemporáneo: su obra impuso al mundo una nueva forma de aproximarse al fenómeno cinematográfico.

Sobre Ingmar Bergman se ha escrito todo, o casi todo. Se ha escudriñado en su biografía en busca de señales que explicaran el secreto de su genio; se lo interrogó –la mayor parte de las veces, en vano– esperando recibir, encerrados en los estrechos límites de las palabras, los sentimientos e intuiciones del mundo y de los hombres que él fue atrapando y traduciendo en imágenes durante casi toda una vida; se le destinaron los elogios más justos y los más ampulosos; sus películas, sus piezas teatrales, sus declaraciones periodísticas, sus puestas en escena, sus libros fueron desmenuzados hasta el descuartizamiento. Poco puede añadirse en estas pocas líneas de despedida.

Habrá que repetir que ninguno de los grandes temas de la existencia le fue ajeno: de la vulnerabilidad del ser humano y su incapacidad para alcanzar los propios objetivos a las inestabilidades de la relación amorosa, del desasosiego y el temor ante el silencio de Dios a la soledad del individuo y la hipocresía que suele contaminar la relación con el prójimo. Y habrá que recordar datos sustanciales de su biografía: su nacimiento en Upsala, en 1918; su condición de hijo de un severo pastor luterano cuyo rígido código moral no admitía contravención alguna; su descubrimiento de las marionetas, origen de su fascinación por el teatro y en general por todo el arte de la representación; el famoso episodio doméstico de la Navidad de 1928, cuando un canje de regalos con su hermano mayor Dag le puso en las manos por primera vez un proyector de cine; sus primeras experiencias de espectador. También las primeras manifestaciones de esos demonios interiores que colmaron su infancia de pesadillas y arranques irracionales y que serían el antecedente de tantos desarreglos físicos y psíquicos padecidos en la vida adulta.

De estos demonios, de aquella fascinación y de la férrea disciplina paterna, que lo llevó a la rebelión pero también marcó su modo de afrontar cada responsabilidad, se alimentó su obra, una única y extensa película que Bergman fue cincelando laboriosamente al tiempo que ganaba reconocimiento prácticamente unánime como gran artista -para muchos, el más grande- del cine contemporáneo.


El alquimista

Curiosa alquimia la que dio como resultado la sólida construcción bergmaniana. Los conflictos vividos en carne propia, la desesperada búsqueda de Dios, el miedo a la muerte, los duelos, los sinsabores afectivos le dieron el material para imaginar otras vidas más intensas que la real. La rigurosa disciplina que lo maltrató en la infancia le sirvió para controlar el tumulto interior y devolverlo transfigurado en emociones artísticas. Y el territorio donde pudo dar rienda suelta a su desolación, su escepticismo o su fe fue el de la fantasía, aquel mundo poético que había conocido llevado por las marionetas y que lo pondría después cara a cara con los films de Victor Sjöstrom y los dramas de August Strindberg.

Entró en el cine como guionista de Alf Sjöberg y Gustav Molander antes de debutar como director con Crisis (1945). A esa primera serie de films en los que desfilan, nada casualmente, padres y profesores autoritarios, castigos, soledades y humillaciones pertenecen Prisión , La sed , Hacia la felicidad , Juventud, divino tesoro . Aquí, Un verano con Mónica fue, en 1953, su primer gran éxito. Su nombre ya empezaba a ser tan familiar como las audacias del cine sueco. (Fue en una muestra realizada en 1952 en Punta del Este donde el cineasta ganó su primer reconocimiento internacional.)

Después, la crisis se tornó metafísica y se tradujo en obras admirables: El séptimo sello , La fuente de la doncella , Cuando huye el día , Detrás de un vidrio oscuro , El silencio .

Otro tema fue el artista, la máscara, la mentira - Noche de circo , El rito , Persona- ; otro más, el universo femenino - Secretos de mujeres , Tres almas desnudas , Gritos y susurros- . Imposible reseñar una obra tan vasta, tan compleja y tan rica como ésta, que va de la travesura escéptica de Sonrisas de una noche de verano a la sabia reconciliación con la vida de Fanny y Alexander y al formidable ciclo sobre la vida en pareja que cerró en su obra final: Saraband .

Esos títulos son la mejor prueba de la grandeza de su autor, un creador genial que hasta tuvo conciencia, autocrítica y valor para decidir el momento de su silencio. Son también testimonio de su triunfo final sobre la muerte y el olvido. Seguirán siéndolo.


Fernando López
La Nación


PD: acabo de enterarme de la muerte de Michelangelo Antonioni. Tenía 94 años. Se va otro grande

27 de junio de 2007

Pesó demasiado la obligación de ganar


Termina el partido y el marcador refleja un empate a 2. Creo que jugamos uno de los peores partidos de la era de Richard Páez. Vera no llegaba a una pelota, Juan Arango se me pareció demasiado al de las tardes intrascendentes en el Mallorca y los laterales jamás volvieron a tiempo para los cierres. De hecho, la jugada que termina en el autogol de Cichero nace porque nadie cubrió a tiempo la galopada de Héctor González por el lateral derecho. Jaime Moreno corrió 30 metros y nadie lo detuvo. Primera bofetada para los bocones que decían que Venezuela estaba en un grupo fácil.

Justo es decir, sin embargo, que el árbitro Mauricio Reinoso se comió un penalti sobre la hora que le cometieron a Jorge Rojas. Vi varias veces la repetición de la jugada y aprecié el contacto de la rodilla del defensa boliviano con el muslo del "Zurdo". El posible gol hubiera sido una injusticia con Bolivia, pero a veces el marcador final de los partidos no refleja lo que ocurrió en la cancha.

La selección obtuvo buenos resultados desde 2001 porque no estábamos obligados a nada. No teníamos la presión de demostrar que había que clasificar a un mundial. Sólo bastaba cuajar buenas actuaciones y saber administrar las victorias parciales que de vez en cuando conseguíamos en casa. La eliminatoria a Alemania 2006 permitió saldar esa deuda que teníamos con nosotros mismos. ¿Quién recuerda el empate de Chile sobre la hora en Barinas? ¿Cómo olvidar el partido igualado con Colombia después de ir ganado por 2 a 0? Dejamos demasiados puntos en el camino.

Veo a la selección superada por el compromiso de trascender a la segunda fase. Es la primera vez que a Venezuela se le exige algo. No es un futuro auspicioso el que viene. Ahora toca Perú, cuyo tridente no perdonará, como sí lo hizo Bolivia. Ojalá todo cambie.

21 de junio de 2007

90 minutos para saber quiénes somos


Miré al piso después de culminar la primera etapa del partido. Recordé entonces los viejos tiempos: las goleadas de escándalo, la banderita arrugada, las lagrimas surcando los acantilados de los pómulos a la salida del estadio. Anoche viajé diez o quince años al pasado. No sé cuántas veces hice el trayecto, pero supongo que fueron tantas como las oportunidades que vi el resultado en el generador de caracteres de la transmisión de televisión: Venezuela 1 - Euskadi 4.
Hay cosas que me preocupan de la selección de Venezuela que se prepara para la Copa América. Ese exceso de triunfalismo -que los jugadores niegan, pero que es evidente a la vista-, la desfachatez de Richard Páez al querer jugar con un solo mediocentro y con dos laterales que más bien son extremos, el miedo de jugadores profesionales que no soportan los gritos de 40.000 personas. No respaldo a quienes piensan que los rivales que nos tocaron en el sorteo -Bolivia, Peru y Uruguay- son más accesibles que los otros países. Salvando la presencia de Brasil y Argentina, que pertenecen a otra galaxia futbolística, a nosotros nos cuesta mucho con cualquiera.
En el premundial pasado Bolivia nos ganaba hasta el minuto 89, cuando Rey, de tiro libre, y Arango, con un zurdazo de leyenda, remontaron la cuesta. Nada hace presagiar que esta vez será distinto. Nuestros jugadores, salvo por dos o tres posiciones, son los mismos de aquella vez. Perú tiene a tres delanteros que juegan en los mejores equipos de Europa y Uruguay no está en manos del mismo bocazas del 0 -3 en el Centenario. Yo prefiero ser más cauto. No pasaremos en el primer lugar del grupo y sí tal vez de segundos o incluso de terceros. Este país tiene ahora muy buenos estadios, pero su estructura futbolística es la misma de siempre.
Nos queda rezarle a los jugadores silvestres que produce este fútbol, a los Juan Arango, César González o Giancarlo Maldonado para que durante la Copa América tengan tres noches inolvidables. Porque si los tres partidos que nos corresponde jugar en la primera ronda de la Copa América son como los del primer tiempo de anoche podemos irnos despidiendo. Ayer entendí que el fútbol venezolano, como la marea, está alta o baja. Nunca se sabe cómo viene la mano.






13 de junio de 2007

Frida Kahlo pret a porter



Todas las feministas del mundo tienen en Frida Kalho a un modelo. Nadie como ella para encarnar el donaire que tienen algunas de esas mujeres. Bigotuda, aindiada, eternamente coronada con arreglos florales, con sus eternos vestidos étnicos, de una fuerte personalidad y una conciencia sexual inédita para la época que le tocó vivir, la pintora mexicana es también la representación artística del dolor y el sufrimiento. Es un sentido objeto de culto para los mexicanos y ha traspasado las fronteras de su país. Madonna quedó tan prendada que incluso conversó con sus descendientes para conocer más detalles de una existencia tan traumática como luminosa.
Salma Hayek divulgó su obra por el mundo cuando en 2003 protagonizó Frida, un filme insípido, que apenas roza facetas comercialmente explotables de la vida de la artista: el accidente a bordo de un carro por puesto que la dejó confinada a la cárcel de una silla de ruedas, los desplantes de Diego Rivera, las dificultades para desarrollar su obra debido a los impedimentos físicos... Cuando vi hace cuatro años la película pude entender la furia de los argentinos con la versión pop de Evita que protagonizó Madonna a principios de la década de 1990. En el afán de sintetizar, Hollywood suele reducir a cenizas los verdaderos afanes de una existencia.
Ahora Carlos Dorado, el jefazo de la empresa Italcambio, que como buena parte del mundo la conoció a través del estereotipo que encarnó Salma Hayek, está encantado con Frida. Ha dicho que la vio por primera vez en el estampado de una franela de un empleado de sus empresas y que desde entonces no la perdió de vista. Poco después de ver la cinta contactó a los herederos y adquirió los derechos de explotación y comercialización del nombre. Algunas revistas como Gatopardo temen que Dorado, en el afán de llenarse de dinero, pervierta el legado de una artista que abrazó el comunismo.
No me consta que Dorado sea el típico ricachón ignorante. Me parece, en cambio, un pantallero. Cuando vivía en Venezuela le pidió al diario El Universal, de Caracas, que publicara sus artículos al revés, de tal forma que el lector debía voltear la página si quería entrarle a sus ideas, que generalmente remitían a las pavosas enseñanzas de sus antepasados gallegos. Quería dar la impresión de que con la conducción de Chávez el país estaba patas arriba. No concibo a un editor complaciendo semejante ridiculez, pero en este país se ve cada cosa...
Un ricachón como Dorado no es de suyo insensible a las satisfacciones del espíritu. Pero al conocer sus planes para mercadear a Frida como si fuera un desodorante no puedo sino alzar mi voz. Que quede claro que no me opongo al legítimo derecho que tiene cualquier empresario de forrarse en billete de la manera que crea más conveniente, pero no hasta el punto de convertir a Frida en un artículo pret a porter. Gracias a Dorado tendremos a Frida en zapatillas modelo Converse, en botellas de Tequila, en perfumes, prendas de vestir y toda clase de cremas para el cuerpo. Me pregunto si Frida hubiera querido verse promoviendo el capitalismo que siempre criticó. Me pregunto si estaría de acuerdo con que su cara apareciera en franelas usadas por mujeres imperturbables frente al drama de los que nada tienen. Me pregunto si ella, que fue la negación a conciencia de la belleza física, se estará revolviendo en su tumba.
Yo aquí insistiendo con mis estupideces. A la hora de ganar dinero poco importa la ética.

10 de junio de 2007

La ranchera chavista


De Hugo Chávez admiro su capacidad de reacción. Es un hombre al que le temo más cuando calla que cuando habla. Chávez calló durante la semana posterior al cierre de Radio Caracas Televisión, mientras los artistas y el personal de la planta denunciaban el atropello cometido. Lo imagino ante un panel de televisión midiendo el impacto de la manifestación estudiantil que se opuso a la medida. Durante esta semana el Gobierno ha organizado un contraataque feroz. Mucho me temo que mientras escribo esta nota se haya diluido el impacto inicial que la decisión de terminar la concesión causó en el chavismo.

Es cierto que después de ocho años esta es la primera medida que enfrenta al público que admira a Chávez con la arbitrariedad que caracteriza al Presidente. También es cierto que es la primera vez que el discurso de la libertad de expresión y la democracia ha bajado de su torre de marfil para instalarse en la cotidianidad del pueblo llano. Finalmente podemos exhibir una prueba concreta que limita nuestra capacidad de elegir qué quéremos hacer. Pero no es menos cierto que esa certeza y la robusta presencia estudiantil en las calles del país no basta para decir que "Chávez está técnicamente caído".

El domingo 10 de junio Oscar Schemel, de Hinterlaces, afirma en El Universal que "las recientes medidas tomadas por el presidente Chávez son percibidas como autoritarias por el 63% de la población. El arrastre del jefe del Estado va en franco descenso". Yo sinceramente no lo creo. Chávez, que obviamente no midió el impacto que la decisión tendría incluso entre los suyos, tiene aún muchas cartas bajo la manga. Además, considero que hay que esperar que baje la marea para medir con certeza si la popularidad del Presidente va cayendo. ¿Se puede hacer una lectura seria de la merma de la popularidad cuando apenas han transcurrido 15 días del cierre de RCTV y no ha disminuido la conmoción? Calma y cordura, decía el viejo Eleazar López Contreras. Nadie puede celebrar que el fin está cerca. Chávez todavía sigue siendo el rey.

2 de junio de 2007

Lionel Messi por Juan Villoro


La revista colombiana Soho publicó una reflexión del escritor mexicano Juan Villoro sobre Lionel Messi, a propósito del maradoniano gol que le marcó al Getafe por las semifinales de la Copa del Rey en abril pasado. Al hombre del Barcelona tendremos la fortuna de verlo aquí en Venezuela durante la Copa América. Ojalá regale las flores de su talento a quienes ya compramos una entrada para ver al seleccionado argentino.

En este texto que copio a continuación está todo lo que uno puede decir sobre Messi. Le dice mucho a quienes tuvimos la fortuna de ver en vivo y directo el gol que Diego Maradona le marcó a Inglaterra en México 86. El deja vu fue inevitable. Razón tiene Villoro cuando dice que el fútbol es la incalculable actividad donde lo único ocurre dos veces.



*****************************************


El gol de Messi

Juan Villoro



La imaginación suele ser desafiada por goles fantasma. ¿Entró la pelota en la portería o botó en la línea para huir del arco? En casos de alta indefinición, nuestras preferencias resuelven lo que los ojos no pudieron ver.
El pasado 18 de abril, Lionel Messi, delantero del Barcelona, produjo una nueva clase de gol fantasmagórico: la copia de una anotación que parecía irrepetible. Veintiún años después de que Maradona burlara a media docena de ingleses en el Mundial de México, Messi repitió la proeza ante el Getafe. Ambas jugadas ocurrieron en la misma zona del campo, duraron once segundos y fueron ejecutadas por argentinos en estado de desmesura.
El gol de Messi permite pensar en el extraño arte del copista. El escritor argentino Juan Sasturain comparó al delantero con Pierre Menard, el personaje de Borges que dedicó su vida a calcar el Quijote palabra por palabra. Con desafiante ironía, Borges presenta a un tarado que sin embargo tiene un sesgo genial, pues obliga a que "su" Quijote no sea leído como una obra renacentista sino contemporánea. El contexto define el sentido del arte. Borges se burla de las exageradas interpretaciones de los críticos, pero también plantea la posibilidad de que alguien sea original como segundo autor de una obra. Tal fue el caso de Duchamp con la Mona Lisa de Leonardo. Un buen día le pintó bigotes para desacralizar la imagen clásica. Luego le quitó los bigotes y el cuadro quedó como siempre, solo que ahora se trataba de una Mona Lisa "afeitada". El gol de Messi expresa de manera sencilla y contundente la capacidad creativa de un imitador. Su jugada fue un prodigio que a nadie se le ocurrió considerar original. Al respecto escribe Sasturain: "En estos tiempos de fútbol mecanizado y jugadas preconcebidas con ejecutores obedientes, no es demasiado raro que se vean goles iguales a otros —hay infinidad de casos en que se repiten calcados circunstancias y desempeños—; lo extraordinario del caso es que, precisamente, lo que se veía mágicamente repetido era lo —por definición— irrepetible, lo excepcional: el mejor gol de la historia. El de Messi no era ni mejor ni peor: era, de un modo inquietante, igual". Al modo de Pierre Menard, Messi fue autor de una obra maestra que ya existía.
Hasta ese momento, el gol de Diego tenía una forma casi abusiva de ser el mejor de todos. El capitán argentino se singularizó de manera histórica en un Mundial, ante una escuadra de enorme jerarquía. Nunca antes ni después un jugador gravitó tanto en el ánimo de los suyos. En 1986 Maradona dejó la impresión de que bastaba darle la pelota para que hiciera campeón a su equipo. El Negro Enrique, que le cedió el balón en medio campo, resumió la "diegodependencia" picardía de barrio: "¿Viste qué pase de gol te puse?". Aquella jugada de trámite en el centro de la cancha había sido, en efecto, un pase de gol para el desaforado 10 de Argentina.
Como al fútbol le gusta perfeccionar mitologías, el tanto legítimo de Maradona fue acompañado del que anotó con el puño y rebautizó como "la mano de Dios". Diego selló la historia del fútbol con la dualidad o duplicidad de su talento: durante 90 minutos de verano fue Jekyll y Hyde ante Inglaterra.
La versión de Messi de la jugada en que un exagerado marea a medio equipo, desconcierta como un milagro: el mejor gol son dos. Aunque el de Diego tiene mayor importancia por haber ocurrido en un Mundial, el de Messi reproduce el exceso segundo a segundo sin adelgazarla en lo más mínimo, cumpliendo con los requisitos del copista y del aparecido (en este caso lo fantasmal no consistió en perder de vista la jugada, sino en verla demasiado).
Como sugiere Jorge Valdano, lo asombroso no solo fue la ávida reiteración de Messi, sino que el destino le propusiera los mismos obstáculos. Veintiún años después los defensas se esforzaron en los mismos lugares de la cancha con pulcritud de seres hipnotizados en favor de una buena causa. Nadie frenó el portento con una artera zancadilla.
Lo extraordinario despierta suspicacias en un mundo imperfecto y no faltan quienes opinen que los goles de Maradona y Messi podrían haber sido evitados con el sencillo recurso de la fuerza bruta. Pero este argumento cojea como si lo hubieran pateado. La veloz carrera con el balón junto al pie, practicando quiebres de escapista, solo se hubiera impedido con un desfiguro mayúsculo, un lance de lucha libre digno de un rubor que se hubiera materializado en tarjeta roja.
Cuando Víctor Hugo Morales, impar cronista de la radio argentina, narró el gol de Diego en el Estadio Azteca, buscó una metáfora urgente para condensar la escena y le gritó al delantero: "¡Barrilete cósmico! ¿De qué planeta viniste?". Aquello parecía el abuso de un marciano ante meros terrícolas. La jugada cristalizó en la memoria como lo inaudito —el gol extraterrestre— que no volveríamos a ver.
En cambio, el episodio protagonizado por Messi no sugirió a un ser de otra galaxia, sino al terrícola más raro. Ante sus gambetas en serie, los locutores dijeron: "Maradona". La imposible imitación había ocurrido.
La única diferencia significativa entre los dos goles es que Diego anotó de zurda y Lionel de derecha. El asombro superior de la jugada proviene de su condición de espejo. Durante once segundos, guiado por el impulso anotador, Messi no podía saber que imitaba el complicado tanto de Maradona; actuaba con la espontaneidad de un doble: el otro era el mismo. Al disparar, anotó dos veces, en la cancha del Barcelona y en el recuerdo de los hinchas deslumbrados por el gol de Maradona.
1986, 2007. Esas son las fechas. Lo raro, lo fascinante, es que ninguno de los dos goles desmerece en la comparación. El primero se refuerza como profecía del que vendrá, el segundo como cita clásica.
En el mundo de la acción no existe el plagio ni el derecho de autor. El gol de Messi solo puede ser virtuoso. Convirtió al fútbol en la incalculable actividad donde lo único ocurre dos veces.

1 de junio de 2007

La doctrina RCTV

Mientras escribo estas líneas, los estudiantes universitarios pretenden caminar hacia el centro de Caracas. Están en todo su derecho, aunque saben que pueden morir en el intento. Cada tanto vienen a mí ráfagas de imágenes de lo que viví el 11 de abril de 2002. Mi trabajo queda muy cerca de la avenida Baralt -el escenario de las más violentas refriegas de aquella tarde asoleada- y se escuchan con facilidad balazos, cornetazos y mentadas de madre. Hace cinco años también vi los cuerpos malheridos a mi lado. Recuerdo el de un señor que al día siguiente salió en las tapas de todos los diarios recubierto con una bandera de Venezuela. El hombre había quedado boca arriba. Los hilos de sangre cruzaban por las costillas y desembocaban en un pequeño pozo color carmesí que se formó a su lado.
Nunca desde esos días presentí la cercanía de la muerte. Son horas de mucha locura y otra vez Hugo Chávez es el principal responsable; pero a diferencia de lo que ocurrió durante el paro petrolero, e incluso durante el golpe de Estado hace cinco años, Chávez ha manejado de forma torpe su pleito con Marcel Granier, tanto que el presidente de las empresas 1BC ha quedado como el adalid de la libertad de expresión. ¿Sabrá el lector que Marcel, como los demás dueños y directivos de empresas periodísticas, sólo practica la libertad de expresión cuando no coincide con sus intereses?
Chávez tiene entre sus fauces el afrancesado bigote de Granier y muchos equivocados lo celebran. Ninguno de los chavistas quiere ver que el gobierno está usando la hoja de parra del adecentamiento de la televisión venezolana para encubrir una decisión política y arbitraria. Yo hace muchos años que dejé de ver ese canal porque su programación me parecía una afrenta a la imaginación y la inteligencia. Era evidente que en la pantalla quedaba de manifiesto el desprecio que sus directivos sentían -sienten- por el público que les dispensó su atención durante 53 años. Productos producidos con el mínimo esfuerzo y el lenguaje más burdo posible. Pero no puede venir el Gobierno a decir que no le renueva la concesión porque quiere adecentar la pantalla. Noche a noche el canal del Estado demuestra que La Hojilla también puede ser tan balurda como la novela de las nueve.
Marcel Granier está endiosado y lo está aprovechando. Anoche vi a Oscar Schemel, de Hinterlaces, diciendo que el directivo tiene una imagen favorable en una encuesta telefónica efectuada recientemente. A más de la mitad de los consultados les cae en gracia y poco más del 20% lo rechaza. Esa imagen ha subido después de la puesta en escena del domingo y los días subsiguientes. Las muy sinceras lágrimas de los desempleados han sumado puntos para la causa de Marcel. Y ya van a ver por qué.
El otro día conversé con una vieja amiga de Televen. Habíamos participado en un programa de televisión sobre la libertad de expresión. A la salida me contó que a un grupo de reporteros de la planta les prohibieron la entrada al Canal 2 el domingo del holocausto. "¿Y por qué les impidieron el paso?", pregunté. "Porque nosotros no nos comportamos patria o muerte con ellos, que querían hacer ver que, salvo por Globovisión, estaban sólos en esta lucha".
Yo podría hacer otras especulaciones: RCTV, herido por la cínica actitud de Gustavo Cisneros, pretende colocar al país antichavista -que no es poco- en contra de Venevisión y evitar que Televen ocupe el espacio publicitario que 1BC deja en el espacio radioeléctrico. Tengo, sí, la certeza de que Radio Caracas Televisión pretende cabalgar sobre nuestro legítimo descontento para aplicar la doctrina Bush hijo: estás conmigo o contra mi. Ni Chávez ni RCTV tienen el derecho de aplicar el apartheid a quien no piensa como ellos. Viajamos sin escalas hacia un conflicto mucho más grave del que intuímos, aunque el discurso indique lo contrario. "Quieta es el agua de la desgracia", reza la primera línea de un inolvidable poema del argentino Guillermo Saavedra. Detrás de los mansos riachuelos duerme la furia de la corriente.

25 de mayo de 2007

El policía bueno ya no está entre nosotros

Todas las mañanas desde hace ocho años vengo a trabajar al diario El Nacional. Varias veces al día debo pasar por la entrada principal. Los compañeros que resguardan las instalaciones suelen cambiar tan rápido como el humor, así que sus rostros suelen desvanecerse por los agujeros de mi memoria. Alguna vez escuché a un viejo amigo tirarle el teléfono a una señora que llamaba insistentemente a su extensión preguntándole por un conocido suyo. "Señora", le gritó entonces, "El Nacional tiene más de 1.000 empleados y le juro que no puedo reconocer, ni identificar por su nombre a cada uno de ellos".
Dudo que alguien de El Nacional no sepa quién es Martín Curvelo. Martín era uno de esos tipos que no respondía al arquetipo del funcionario de seguridad. No era, pues, malencarado y gruñón. Alguna vez dudé de sus antecedentes porque jamás lo vi devolver de mala gana a los empleados que no llevaban el carnet. Con una paciencia de madre recordaba la obligación de portarlo en un sitio visible. Martín solía saludarte cuando no te veía ocupado, pero si intuía que tu día no era el mejor sabía mantenerse a distancia.
Al principio me sorprendió su insólita amabilidad, pero luego entendí que era un rasgo constitutivo de su personalidad. Con los años decidí inscribirme en un equipo de futbolito y me tocó enfrentarlo en muchas ocasiones. Varias veces lo vi llegar sobre la hora, amanecido, y correr como si hubiera dormido toda la noche. Era muy rápido Muchas veces tuve que pegarle para que no se escapara con el balón.
Lo vi poco durante los últimos meses. La empresa le encargó la coordinación de la seguridad de la nueva sede de Los Cortijos. Esa circunstancia había postergado una invitación que pensaba hacerle. Quería tomarme una cerveza con él. Muchas veces, en el frenesí del periodismo, desconocemos qué hay detrás del rostro de la persona que nos recibe cada mañana.
El domingo 20 de mayo Martín estaba visitando a una amiga lejos de Caracas, en la vía hacia el oriente de Venezuela, cuando llegaron tres malandros. Buscaban a un hombre que vivía en esa casa. Martín trató de mediar en la situación, pero recibió un tiro en la pierna como respuesta. Yo hubiera deseado que en ese momento Martín se hubiera convertido en el fiero guardia que no fue. Malherido, desangrándose en el suelo de la vivienda que lo recibía, vio por última vez la cara de sus verdugos, que regresaron alertados por los insultos de su amiga. Uno de ellos tiró del gatillo hasta asegurarse de que callaría para siempre. Me dicen que le dieron siete o tal vez nueve tiros, pero eso poco importa. Duele saber que nunca lo volveré a ver

Chávez, Fidel y los europeos

Leo una noticia asombrosa en el portal de El Nacional: un médico cubano "predice" que Fidel Castro vivirá 140 años. El cara dura este se llama Eugenio Selman, tiene 77 años y dice que con sólo proponérselo las personas pueden alcanzar la longevidad. Atención a los enfermos terminales: si están al borde de la muerte es porque ustedes no se han propuesto vivir con mucha fuerza.
El mundo está lleno de jalabolas. Si no, pregúntenselo a Ignacio Ramonet, un experto en eso de columpiarse en el escroto del dictador cubano. Después de escribir el libro sobre la vida de Fidel ha insistido en su cruzada por justificar lo injustificable. La otra vez apareció en La Habana para hablar sobre la libertad de expresión ¡en Estados Unidos!. Sí señor, como usted está leyendo. Ninguna referencia a los periodistas presos por pensar distinto del jefe supremo. Ningún guiño a aquellos que pasarán el resto de sus vidas pudriéndose en una cárcel porque el régimen cree que son agentes secretos del imperialismo. Ya quisiera ver al cagatintas de Ramonet calándose a diario los arrebatos de Chávez o Fidel. Es muy chévere ser castrochavista viviendo en Europa.

10 de marzo de 2007

Teoría y práctica de Moisés Naim


La gente de mi generación vinculó a Moisés Naím con la ostentosa decadencia del gobierno de Carlos Andrés Pérez. Tener a Moisés entre los afectos era como añorar el estilacho adeco. Tardamos demasiados años en darnos cuenta de la valía de este venezolano universal. Los chavistas no le perdonan que haya formado parte del equipo del IESA que trató de ayudar a Pérez en su política económica en 1989. Encanra el Consenso de Washington, tan denostado por Hugo Chávez. Su ceguera es de tal magnitud que no he escuchado a ninguno de ellos mencionar el meridiano valor de su libro Ilícito.

Se ha escrito demasiado sobre Ilícito y creo que todo lo que se ha dicho está a la altura de la grandeza de este libro. Lejos de agregar una idea a las ya ventiladas me parece que hay que empezar a cotejar los planteamientos de Naim con la realidad. Hoy leí en el blog de mi amigo Sergio Dahbar (gentequenecesitaterapia.blogspot.com) una nota que no tiene desperdicio. Sergio colgó una entrevista del diario O'Globo al jefe de la banda Primer Comando de la Capital, "Marcola", cuyos hombres dejaron una estela de muertes durante 2006. Lo curioso de todo esto es que "Marcola" está preso, pero, como alguna vez pasó con Pablo Escobar Gaviria, los dedos de su maldad tocan demasiados hombros fuera de la prisión.

Atención con esta declaración de principios: "Soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnostico era obvio:migración rural, desnivel de renta, pocas villas miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecía... ¿Qué hicieron? Nada. ¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las villas en las montañas o en la música romántica sobre "la belleza de esas montañas al amanecer", esas cosas... Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social ¿Vio? Yo soy culto. Leo al Dante en la prisión".

Miren esta otra: "Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión.Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte.Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38 (...) Nosotros somos ayudados por la población de las villas miseria, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. Ustedes son regionales, provincianos. Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos "globales". Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros "clientes". Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos".

La lectura del libro de Naim nos deja perplejos y abismados, pero evidencia que la transnacionales de lo ilícito han creado un nuevo tejido social. Un ellos y un nosotros forjado en años de indiferencia. Para salir del hoyo en el que se encontraba, "Marcola" se sirve del floreciente mercado de lo ilícito, cuyo estallido comenzó con la caída de la cortina de hierro en la Europa del este. A la desfachatez de "Marcola" le va muy bien el término "agujeros negros", acuñado por Moisés Naim para denominar a las regiones sin ley dentro de un país. Lo más sombrío es que en los próximos años estos tipos serán ya un lugar común. Que nadie diga que no se lo adviertieron.

17 de enero de 2007

El rey está loco y el presidente desesperado


El País de Madrid publicó una nota de color que debe ser un material de consulta obligado para los estudiantes de periodismo. Un Elvis Presley arrebatado se presentó una noche a la entrada de la Casa Blanca para solicitar una entrevista con el entonces presidente Richard Nixon. Aunque al principio lo marearon, horas después el mandatario aceptó, acaso porque su imagen se tambaleaba. Como ahora en Irak, Washington se negaba a reconocer su fracaso en Vietnam. Era un golpe de efecto para aplacar la ira de las madres de los veteranos y de los chicos que comenzaban a cuestionar los afanes imperialistas de su país.

¿Qué era lo que quería Elvis en esa rocambolesca reunión? ¿Apoyo para una serie de conciertos? ¿Una aparición como artista invitado en los coros de una de sus canciones? Nada de eso. El Rey sólo quería que le dieran una chapa de agente del FBI y regalarle al mandatario una pistola. Nixon lo complació. Después se burlan de los países bananeros como Venezuela, que suelen entregar carnet de la Disip al primer bigotón con camioneta que se las pide.


"Dénme una placa de agente federal"


Javier del Pino

Washington


Preocupado por una sociedad en declive, una juventud torcida por las drogas y un país amenazado por el comunismo y por la tensión racial que generaban los negros al demandar igualdad de derechos, Elvis Presley entregó al presidente Richard Nixon un regalo que simbolizaba a la perfección su espíritu pacificador y sus deseos de trabajar en aras de la reconciliación social: una pistola. El Colt 45, las siete balas de plata que tenía en el cargador y, sobre todo, los informes internos de la Casa Blanca en el que es posiblemente el día más pintoresco de su historia forman parte de una exposición sobre el encuentro presidencial más improbable, incómodo y esperpéntico que tuvo Nixon durante su mandato: su reunión secreta con el Rey del Rock.

Richard Nixon y Elvis Presley compartían obsesiones políticas del mismo signo y estaban sumidos, por razones bien distintas, en un declive personal que debía ser turbador para temperamentos tan egocéntricos como los suyos. Nixon se enfrentaba en Vietnam a la posibilidad de ser, según su expresión, "el primer presidente de Estados Unidos que pierde una guerra", y Elvis trataba de entender todavía por qué su notoriedad había sido arrasada por cuatro ingleses mal vestidos y su dichosa beatlemanía.

Había, sin embargo, una gran diferencia entre ellos: Nixon era el más habilidoso de los maquinadores, un animal político depredador e inmisericorde; Elvis, en cambio, carecía de los sentidos del tacto y la mesura, confiaba en cualquier individuo y se movía en la dirección que le marcaban sus propios impulsos. Era, en definitiva, simple y caprichoso.

Un día se encaprichó con tener en su solapa una chapa de agente federal de lucha antidroga. Aquel 21 de diciembre de 1970, Elvis se plantó en Washington.

A las 9.30, los agentes del Servicio Secreto asignados a la puerta principal de la Casa Blanca vieron que se aproximaba a la verja un grupo de individuos con aspecto voluminoso. Con su corpulencia escondían a un sujeto cuya identidad era inmediatamente reconocible. Elvis quería ver al presidente de Estados Unidos. En un derroche de formalidad, Elvis entregó a los agentes una carta personal dirigida a Richard Nixon. Los agentes llamaron a la oficina del presidente para preguntar cuál era el procedimiento adecuado cuando el artista más famoso del país pedía que le abrieran la puerta.

"Que ha llegado el Rey", le dijeron por teléfono a Bud Krogh, consejero presidencial y asesor de Nixon. Krogh miró la agenda del día y dijo: "Pero si hoy no esperamos a ningún monarca...". "No, no. El Rey del Rock. Está aquí en la puerta", le aclararon.

Krogh decidió reunirse con Elvis primero porque era su obligación y segundo porque era un fan incondicional de su música. Elvis le entregó la carta para Nixon. Krogh le dijo que aquella visita les pillaba de sopetón y que, por favor, tuviera a bien regresar al hotel. Que ya le llamarían a lo largo del día. Y Elvis se marchó.

Esa carta y los informes cruzados a lo largo de las dos horas siguientes forman parte del último paquete de documentos desclasificados sobre lo que ocurrió en el edificio presidencial aquella mañana frenética y absurda.

La carta de Elvis es un ejercicio de expresión política que se mueve entre lo infantil, lo simple y lo bochornoso. Redactada con la mejor de las intenciones y la peor de las formas, las cinco páginas estaban escritas a mano con renglones torcidos y tachaduras en papel con membrete de American Airlines. En la nota, que tenía la solemnidad de una tesis doctoral y el aspecto y la gramática de una chapuza de parvulario, Elvis Presley expone su admiración por Nixon y su preocupación por el creciente uso de las drogas entre los jóvenes, por el avance de la cultura hippy, la ideología izquierdista de los estudiantes demócratas, el comunismo y los movimientos de defensa de los derechos para los negros. Desde su posición y con su influencia entre los jóvenes "puedo ayudar a este país al que amo", le dice a Nixon, pero para eso necesita su ansiada chapa de agente federal. Le da el teléfono de su hotel y le dice que, si finalmente se reúnen, tiene un regalo para él.

En las dos horas siguientes, los asesores de Nixon encontraron en la oferta un atractivo político indiscutible para un presidente odiado especialmente entre los jóvenes. A pesar de que algún consejero escribió en los informes "Esto tiene que ser una broma", a las 12.30 Elvis Presley entró en el Despacho Oval.

Allí estaba Nixon, con su traje gris oscuro. Y allí entró Elvis, con pantalones ajustados de terciopelo morado, camisa blanca de seda con cuello de pico inmenso por encima de un chaleco corto que dejaba ver el cinturón con su gigantesca hebilla dorada. Y una capa. Las gafas eran de cristal tintado, con una montura de plata tan gruesa que cabían las letras "EP" escritas con brillantes.

Atusadas las patillas y listo en su traje de faena, dicen que Elvis se quedó helado cuando piso el despacho oval, como si hubiera entrado en un lugar mitológico. Los informes que conservan los Archivos Nacionales dicen que el artista habló de la mala influencia de los Beatles, que habían ganado tanto dinero en Estados Unidos para luego volverse a Inglaterra y criticar este país. Habló de cómo él podía influir en los jóvenes en contra de las drogas pero para eso, le dijo, necesitaba la chapa de Agente Federal. Nixon aceptó -no le quedaba más remedio- y le dieron una chapa improvisada dos horas después. Un fotógrafo oficial inmortalizó el encuentro y retrató a la perfección la incomodidad de Nixon y la extravagancia de Elvis. A petición del artista, la reunión se mantuvo en secreto hasta que el Washington Post destapó el encuentro un año después.

Cuenta la leyenda que Elvis estaba "colocado" por su adicción a las pastillas durante aquella reunión en la que arremetió contra las drogas. El Colt 45 se lo entregó a un asistente porque las armas están prohibidas en el Despacho Oval. Los trajes, los documentos, las cartas y la pistola forman parte de la exposición abierta hace unos días en la Biblioteca Presidencial Richard Nixon en California. Entró con pantalones ajustados de terciopelo morado y el cinturón con su hebilla dorada. Le entregó un regalo que expresaba su espíritu pacificador: una pistola